El noble ciervo que abatido yace
resalta la figura de Matías,
a quien el lento escoplo de los días
un soberano más perfecto hace.
La lengua del sabueso satisface
en el caudal la sed. Paredes frías
enmarcan las estatuas. Y los guías
leyenda narran que a su voz renace.
La voluble deidad de la belleza,
nuevamente, conquista mi pupila
y la incendia con mágicos fulgores.
Tal quisiera entregarme, de una pieza,
igual que el monumento, que destila
su nostalgia entre líquidos temblores.
RAFAEL SIMARRO SÁNCHEZ -Ciudad Real-
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