Esperé que se apagara la luz
para abandonar la casa
confiando en que nadie me viera.
Atrás dejaba una habitación
llena de documentos importantes:
carpetas con cientos de poemas,
cuadernos de cuentos,
guiones de programas radiofónicos,
libros temáticos y revistas especializadas.
Toda mi vida literaria quedaba allí
y eso me haría volver cuando superara
mis dudas existenciales.
Ahora huía con la manos vacías
dispuesto a empezar nuevos libros
basados en un futuro de ficción
donde descargaría mis frustraciones.
Nadie debía saber mi paradero
porque necesitaba mucha soledad,
mucha paz y mucho silencio.
Nada de teléfono, nada de televisor,
solo unos cuantos discos,
un par de libros magistrales
y un par de libretas
para escribir las nuevas historias.
JOSÉ LUIS RUBIO
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