Es orquídea de luz entre amarantos
sobre el musgoso muro sostenido
por raíces profundas en su grietas,
evócame a la madre, flor de mayo,
cósmica flor de sensitivos pétalos.
Gloria in excelsis, madre, revivida
en lo tierno del prado: en la cordera
que ofreciendo su lana en las toquillas,
se ofrecía primero en sacrificio.
¡Cómo siento su mano sobre mi hombro
mientras me lame el cuello la cordera
melosamente tierna! ¡Cómo arrulla
apichonando nidos, la paloma
hasta poblar de píos sus jardines!
Gloria in excelsis, madre, florecida
en esta hora campanal del Angelus
con el reloj del tiempo, que aún palpita
en la alcoba de amor del calendario.
Allá está ella en su interior, abriendo
de par en par los brazos del alero:
está en su silla de mimbre, mecedora,
filigranando ensueños, y ¡qué alegre
la veo extendiendo en el balcón del alba
esas prendas de sol que ella bordara!
Enmarcados de luz: la mesa cálida,
el pan de amor, la comunión del trigo,
el claro día de la acción de gracias
y el perfil de una cara bondadosa.
Allá está ella en el hogar más dulce
de los merengues y las aguas-mieles
con ese brindis maternal de leche
frente al mantel del abnegado pino
donde sostuvo firme su puchero.
Allá está ella en el patio de los lirios,
preparando sus ramos de esperanzas
y tajando la piña o la lechosa
con su cesto de amor a manos llenas.
Gloria in excelsis, madre, florecida
entre frutos del bosque, sensitiva,
que parpadea hasta sentir las alas
del nido azul que nace en la floresta.
Ceiba de estirpe magna, rodeada
de cándidos gorriones
con sus hojas de múltiples miradas,
¡Cómo me vio crecer con su abolengo
de frondosas bondades genealógicas!
¡Cómo me veo en ella arborizando
cuando me mira con mirada de hojas,
aunque tenga sus párpados cerrados!
Ramiro Lagos
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