domingo, 1 de julio de 2018

ÁFRICA (1)


Vea usted:

De mi boca, sólo lamentos. Por estos hierros como cangrejos. Hincan el martirio en mi cuello, en mi cintura, en mis tobillos. Como rémoras que agobian este tránsito a no sé dónde.

Qué extraña es mi sombra entre las otras que viajan conmigo. Están enfermas por la fatiga, por la ausencia y la incertidumbre. Por el furor del mar que nos bambolea dentro de este vientre.

Van más de tres lunas que nos embarcaron en Luanda. (El regusto por aquella tierra se hace hierro en mi cabeza.) No tengo sosiego. Siempre me escolta un horizonte ciego.

Vea usted.

Ahora presiento que esta infinita noche será día, un día. Pronto será destazada por un cuchillo invisible. El mal paso, pasará. Ya puedo oler la nueva tierra.

En el puente los marinos encienden una algarabía. Se oyen los graznidos de las gaviotas. Duras palabras replican. Saboreo este amanecer, como también mis tres compañeras.

A ellas me ayuntaron desde antes de embarcarnos. Anoche vi sus destinos en las sombrías aguas del cántaro. Cuando me lo acercaron para beber, ellas estaban ahí.

Vi el primor ajado de Alika. Sus ojos vencidos por el hosco sol. Recogía algodón en un inmenso campo de Alabama. Sus manos secas ponían las motas en un saco a sus espaldas.

Tanishia, la que nació un lunes, lavaba arenas áureas. La vi en una quebrada del Chocó barequeando bajo la lluvia. Su cabeza cubierta por un sombrero de hojas.

Sarabi, como un espejismo transportaba agua en cántaros. Sus pies levantaban el polvo de un camino estrecho. Rumbo a la casona de sus amos. Era su asunto de todos los días.

Y me vi a mi misma, Ashia. Entre un grupo de cimarrones. Invocando a Ogún, el gran yoruba, el gran orisha, mi papá. Para poder crear otra África en la intimidad de mi palenque.

Jaime Arturo Martínez

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