lunes, 30 de julio de 2018

DELIRIOS DE UNA TARDE SOFOCANTE


Pasa la paloma, vuela el grajo,
canta el jilguero mientras estira
su cuello. Siempre precavido
siempre ojo avizor.

Llega la tarde, severa, justa.
Y la aurora con sus reflejos morados.
¿De dónde vienes? Del ruiseñor vengo.

Hermoso, feo, muerte, vida,
alegría pena. Qué más da.
Ramplona está la mañana.
Nada extraordinario sucede.

Hay maldad para que haya bondad.
Amor, desamor, infierno gloria.
Todo se contrapone.

Cada muerte es un canto a la vida.

Ya no canta el jilguero en su rama.
Que melodía tenía su trinar.
Que sereno y majestuoso
era el vuelo del grajo.
Con que vivacidad
se desplazaba la paloma.

Que tenue y gris está el cielo.
Tener o no tener.
Oh maldición latente,
es trivializar lo que posees.

Azar, dolor, gozo, pavor…
¿Es la vida un regalo?
Acaso viene con una hipoteca
que obligados estamos a pagar.

Oh naturaleza viva exenta
estás de pagos y prebendas
pues grande es tu contribución
Ya que cuidas esa especies que
destruye y crea, sin más motivo
que su propio beneficio.

La codicia es nuestro castigo.

Y desapareció el tiempo,
Las horas, los días…
Y ya no hubo villanos ni hidalgos.

Entonces nadie reparó si
a la noche le sucedía al día.
Y si las mañanas eran
o no ramplonas.

Y emigraron las estrellas,
ya nadie cantaba canciones
de amor a la luz de la luna.
Nadie saludaba al rutilante
sol en las mañanas claras.
Pues era un mundo vacío.

Y volvieron los dinosaurios.
Por primera vez la naturaleza,
ante tal explosión de vida
y muerte, intuyo el valor de la cosas.
Y supo el planeta entero,
y la inmensidad del universo,
que la existencia, toda la
existencia, no tiene sentido
sin esa criatura divina, contradictoria,
letal y generosa a la vez.

Esta nueva situación provoca desavenencia entre la madre
Tierra y el mismo cielo. Miremos como lo resuelven.

La hostilidad, pues afloró
entre la tierra y el cielo

¡Has regresar al humano!
Demandó el mundo al cielo.

Lo siento mundo, no reúnes condiciones
Tu tierra es cada vez más estéril.
Tus bosques son pasto de llamas.
Tus desiertos no paran de avanzar.
Tus mares cada vez están más contaminados.
Exclamó con contundencia el cielo.

Todo eso no pasaría, si tú,
en tu infinita sabiduría,
hubieras creado un humano
más generoso y tolerante.
Pues no soy responsable
de esas calamidades que
acabas de citar. Ya que tales cosas
son provocadas por la desmedida
ambición de tu criatura.
Pues tienes que de reconocer que
lo tuyo fue una auténtica chapuza.

Está bien no nos pongamos
ahora tiquismiquis – dijo el cielo
contemporizador – Así que
tu arréglame la tierra, que por
cierto está hecha unos zorros.
Y yo, está vez te mandaré una
parejita como dios manda.
Dicho esto el cielo consideró
zanjado el asunto.
Así mientras se alejaba esbozó
una sonrisa celebrando la
ocurrencia de su última frase.

Pronto la cambió por un mohín
de desagrado, ya que pensaba
que la vida terrenal lo tenía
olvidado, y solo acudían a el
cuando las cosas estaban
rematadamente mal.
No les entra en la cabeza
que solo tienen que pedírmelo.
Solo una condición les pongo: ¡Creer!
Creer en mí por encima de todo.

Antonio Parrado -Barcelona-

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