Desde mi ventana veo un trocito de cielo, azul claro, con ese brillo especial de la luz que lo inunda todo.
Desde mi ventana veo un trocito de parque. Árboles frondosos, un banco. Niños, algún perro.
Una tarde una muchacha se sentó en el banco. Llevaba gafas de sol y aunque no podía verle bien el rostro me pareció muy hermosa.
Estuvo un rato y luego se marchó.
Cada día esperaba que apareciera. Cuando lo hacía notaba que mi corazón salía de su letargo.
Desde mi ventana, la vida pasaba monótona, umbría. Mi único interés era ella. Para matar el tiempo empecé a escribir poemas.
Soñaba poder ofrecérselos un día.
Llegó la primavera. La muchacha regresó, si cabe más bella. Mis poemas alcanzaban el centenar.
Por fin me dieron el alta médica. Fui al parque y esperé a que ella apareciera. Al fin lo hizo.
Me acerqué. Le conté mi historia. Se quitó las gafas de sol y pude ver los ojos más hermosos que imaginar pudiera.
Pero no habló.
Sacó una libreta.
Escribió que tenía una discapacidad auditiva y de la voz.
Me pasé el resto de mi vida leyéndole poemas de amor con el lenguaje de los signos.
José Mª Ramírez Rubio
Participante en el VI Certamen Microrrelatos Libres Memorial Isabel Muñoz
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