Un extraño embrujo me mantenía con la mirada perdida, me evitaba percibir la transformación de una mujer de arcilla en un ser viviente. El hechizo, me alejaba y me acercaba sin permitirme dar cuenta de cómo poco a poco, esa tierra fina, se iba mutando en una misteriosa mujer de carne y hueso; mujer de apetitos siúticos, mujer impregnada de eróticos latidos, mujer de temperatura ardiente; mujer dotada de cinco sentidos, mujer con sentimientos místicos; mujer con corazón; mujer con manos simulando garras; mujer con piel de seda; mujer con alma de Rosal de Alejandría; mujer con ávidos deseos de amarme, mujer ansiosa de que yo le amara.
Ya siendo una mujer humana, en su interior, se desató una frustración crucial al no poder conseguir esa correspondencia tan ansiada por su espíritu y por su cuerpo, esa maldita correspondencia lasciva y casi canonizada… la de mi amor, la de mi entrega, la de mi determinante erotismo hacia ella.
Todo esto despertó en sus sentidos un deseo de venganza, haciéndome tropezar inconscientemente en la necesidad del coito, tirándome a esa caprichosa unión provocadora de ansiedades y de paranoias, mismas que alborotaron en mi interior perturbaciones negadoras del talento para separar la voluptuosa fantasía de la mística realidad entre el amor espiritual y el deseo carnal. A partir de entonces quedé enclaustrado en la negra cloaca de la confusión, si, esa estúpida confusión entre el orgasmo y la ablución… confusión entre el deseo carnal y momentáneo, y el amor espiritual y eterno.
Jerry Méndez -México-
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