Cuarenta días y sus cuarenta noches,
suficiente para caer en el tártaro,
con abrazos de venus del desamparo,
recuerdos que se laudan como reproches
Cualquiera a tu lado, se torna un avaro
y paga la culpa, de ser condenado.
Andar un desierto, frío y desolado,
no hubo ni habrá precio que suene más caro.
Ahora que eres una nota, un recado,
una memoria, en los profusos pasados,
una noche ciega, de recién casado.
Una luna de miel para condenados,
una despedida, de canto rodado,
la excusa perfecta de los abnegados
Sebastian Sastre
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