miércoles, 1 de marzo de 2017

MIGUEL


El no vende su mandolina.
Todo el año trabajó de albañil
rompiéndose las manos con la cal
y esperando diciembre
en que saca la silla a la vereda
y pulsa la mandolina.
No necesitan más que cuatro cuerdas
sus manos
para arrancarle los sonidos
de su provincia,
-él hunde en ella su canto-,
él sólo pide cuatro cuerdas
para llegar a las estrellas,
dormir la tarde en su rodilla
y a las doce de la noche
guardar la mandolina en su estuche
y tomarse todo el vino
que encuentre en la casa,
-él no la cambia ni por un pasaje
a su provincia-
porque cuando él la toca
tiene a toda su tierra bailando
en sus manos.

Del libro El canto del gallo rojo de Carlos Kuraiem -Argentina-
Publicado en Estación Quilmes

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