Tras discutir con sus empleados en la fábrica el magnate salió por la entrada principal, caminó decidido hasta su lujoso auto, abrió la puerta, entró. Al arrancar, la explosión hizo volar por los aires despedazados trozos de aquel cuerpo elegantemente vestido y pulverizados residuos de metal ardiente en aquel fragor de llamas y apocalíptico estruendo. Una y otra vez la misma violencia en estas películas gringas, tan previsibles siempre, piensa. Aburrido, en su amplio estudio apaga el televisor plasma. Al voltearse lo ve ahí parado, apuntándole, la cabeza envuelta en oscuro pasamontañas, y en seguida siente el dolor del fogonazo que lo lanza violentamente hacia atrás. Lo cual me hace despertar. Y es entonces —inverosímil coincidencia— que finalmente soy abatido sin misericordia por el mismo sicario anónimo del sueño, alter ego del que en la película, prefigurando mi final, había mandado al infierno al magnate explotador de inmigrantes que fui.
Enrique Jaramillo Levi -Panamá-
Publicado en suplemento de Realidades y ficciones 71
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