domingo, 5 de marzo de 2017

ENTRE RUINAS


“Un paredón, me corrige mamá,
esto es un paredón, me aclara
otra vez, y con el brazo que está
suelto, el del otro lado, hace un
ademán muy amplio señalando
la pared abarcándola”
(“La pared”, Irma Verolín)

Caminamos estupefactas, yo agarrada de la manga derecha de su abrigo que cuelga llovida, inútil, por momentos siento escalofríos y por otros un calor que me sube desde el pecho.
Vamos en silencio como otros a nuestro alrededor, mirando todo, tratando de entender.
De repente me parece insólito lo que veo asomando de los escombros, y exclamo señalando hacia el horizonte:
—Mirá esa pared, alta, larga, tan campante ocupando toda la cuadra.
—Es un paredón —me corrige ella y, para dejar bien clara la diferencia, señala toda la longitud con un además de su único brazo y repite—: ¡pa-re-dón!
Me parece ridícula su aclaración, ¿acaso importa que sea pared o paredón? También me parece ridículo que miremos como buscando su brazo, y pienso: se dice que los delincuentes vuelven a la escena del crimen y creo que también las víctimas lo hacemos. Aunque no entendamos por qué.

Edith Vulijscher -Argentina-
Publicado en suplemento de Realidades y ficciones 71

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