Vivir bajo la sombra alargada de su hermano Antonio y luchar contra las etiquetas, sin argumentos, de la crítica oficial que lo describe como un ser humano abocado a estar forzosamente a las órdenes del franquismo, sin ser ciertas del todo, como ya lo ha demostrado Miguel d´Ors con datos irrefutables, ha hecho que no se tenga en cuenta la figura de Manuel Machado como se merece. El poeta, alejado cada vez más de los principios de la república, comulgaba mejor con las ideas liberales que en parte conoció en su casa. No olvidemos que Manuel Machado fue detenido en Burgos y pasó una temporada en la cárcel franquista. Debemos desechar de una vez por todas cualquier tipo de connotación política, asociada a una figura de la cultura, para alzar o denostar la calidad literaria de una obra. Renacimiento, bajo la tutela de Abelardo Linares, ha recordado la importancia de este insigne escritor con una antología en la que desfilan sus mejores poemas, un pequeño gesto que da a la luz una poesía difícil de clasificar, pues deambula desde el modernismo hasta los movimientos de vanguardia, pasando por una lírica popular y la preocupación por España de la generación del 98. Saltos de corriente que a veces coinciden con los pasos dados en la vida. Felipe Benítez Reyes nos acerca en un prólogo magnífico al personaje y al poeta, a un enamorado de la vida que sólo estaba dispuesto a ajustar cuentas con ella. A un mujeriego de París, a un bohemio de Andalucía, a un hombre preocupado por sacarle el mayor jugo posible al tiempo y a la belleza.
No es de extrañar que la antología comience con el poema “Adelfos” en el que el poeta hace un autorretrato de su persona, con la ironía suficiente para reírse de sí mismo, con el mensaje evidente de que la solemnidad asusta y el falso desinterés por las cosas deja un poso de verdad que debemos tomarnos muy en serio. Los adelfos encarnan el veneno de vivir, las ansias por consumir la juventud en una actitud bohemia en la que conviven el espíritu andaluz, las noches consumidas en alcohol y un gusto claro por la cultura que fluye en París. La preferencia modernista por los jardines, en detrimento de los bosques o la libertad salvaje de las selvas, se concentra en la descripción de un Locus amoenus más fácil de domesticar, donde brota el silencio doloroso de la muerte. Machado es un poeta de contrastes. Con un tono desenfadado es capaz de sacarle las cosquillas a las parcas. Y huir de ellas con una guitarra en la mano, ahuyentando el mal fario con unas copas, con la voz rasgada de una copla. Del modernismo predominante en Alma, surge también la corriente paralela de la Generación del 98 cuando el poeta saca a cabalgar al Cid por las tierras castellanas. El alma del poeta se identifica con el paisaje. Un alma de guerrero ante el llanto de una niña en el abandono a su suerte de un país, en una pérdida de valores que van camino del destierro.
El modernismo también recoge cierta dosis de exotismo en ese viaje hacia Oriente donde lo desconocido, lo lejano, forma ya parte de nuestras existencias.
Acude a la comedia del arte para poner de manifiesto que la vida es una comedia de enredo en el que todos buscan el triunfo del amor, para dar a entender que la vida no es muy distinta al oficio del actor que en muchas ocasiones se ve abocado a la improvisación, al riesgo de enfrentarse al instante con la única vía de escape de vencer o morir. Lo peor no es la derrota, sino la sensación de no saber qué hacer con las pequeñas victorias.
El símbolo de la fuente como imagen visible de la monotonía es otro rasgo propio del modernismo que comparten, tanto Manuel, como su hermano Antonio. Sin embargo, el poeta de Caprichos se muestra más optimista y, al abrigo del agua que se suicida sobre el espejo del caño, se oye el grito ahogado de una pasión: “Fuente de mármol y canción.”
Manuel Machado no es un poeta estático. No es un verso que en el verso busque la quietud. Es consciente del Tempus fugit, pero no se detiene en su contemplación. No se siente a gusto en los extremos. Corre y corre sin parar. Es un relámpago. Es un destello que sólo deja unas migajas de luz en un mundo de sombras. Renuncia al romanticismo para quedarse con la vida, con el goce de los sentidos antes que cualquier metáfora: “Un destello de sol y una sonrisa oportuna / amo más que las languideces de la luna”. A lo que habría que añadir el siguiente reclamo: No me enseñes la rosa. Deja que toque sus pétalos y sus espinas.
La religiosidad de Manuel Machado va creciendo en sus entrañas desde el descontento general de los primeros años, desde el desinterés de los jóvenes ante todo aquello que durase más de un instante, desde el ambiente liberal en el seno de la familia, hacia posturas muy enraizadas con un catolicismo oficial, como si se arrepintiera de esa vida descreída, relajada, desenvuelta, desenfadada, de sus días de locura. Un giro al frente a favor de la fe.
Manuel Machado también recurre a la poesía para homenajear a figuras de la literatura como Quevedo, Verlaine, Rubén Darío, Campoamor… y otros menos conocidos para el público (Julio Casal, Julio Ruelas…), aunque presentes en su ideario personal. Con estas alabanzas, a modo de migas de pan esparcidas por el folio en blanco, podríamos crear un mapa físico de las preferencias del poeta, podríamos recorrer parte de su alma, la estela profunda de su cultura. De la literatura no sólo vive el hombre, de modo que el autor se conmueve con cualquier manifestación del arte y la pintura deja unos cuadros maravillosos en el papel, el boceto sentimental de unos sonetos en el que los colores dan paso a las palabras.
Manuel Machado es un poeta formal desde el punto de vista métrico y, a pesar de ello, nos entrega una riqueza de estrofas tanto de carácter culto como popular en un mensaje inequívoco de que ambas tendencias pueden convivir continuamente, nos proporcionan una riqueza de matices con la que nos enriquecemos todos. Lo culto y lo popular conviven plácidamente hasta el punto de que el poeta es capaz de manejar de forma magistral las formas clásicas, como toda la tradición heredada de su padre, desde el soneto hasta todos los palos del flamenco. Machado es un poeta andaluz. Es un poeta universal. Es esa clase de persona que nunca nos deja indiferente.
ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN
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