lunes, 27 de enero de 2014

EL VAGABUNDO


(Poema relato)

I
No había arado que fatigase los músculos.
Asnos y mulos tiraban del carro.
Las espigas amarillas quedaban recogidas.
Y los buhoneros yendo de puerta en puerta.

Una vida más feliz me pitaron,
y otros regocijos tentaron mi fantasía;
cenar al son de acordes de guitarra
en los páramos a media noche.

La oscuridad me tentaba
a aprestarme a hurtos escondidos;
distraer el ladrido del perro,
con lonchas y huesos carcomidos.

No era estoica flor desde mi actuar impío.
Nadie debiera juzgar lo que un perfil sin velo
puede llegar a hacer por la boca oscura
del azote, del hambre y de la lucha.

Vivía gracias a la compasión de los campos,
o a la limosna que se obtiene entregada con frialdad.
¡Oh, cómo se hubiera suavizado el penoso trajín de las tareas
si amor se hubiera entregado a mis ociosos brazos!

Mas no tuve esa gracia y sólo los campos eran mi lecho;
mi paz, mi consuelo…
esencia de mi ser tragada por la tierra.
Así hice de mi país, el sol de mis ampollas.

A nadie dirijo la palabra.
Es mejor tener la boca muda
que hablar a los granjeros
de quejadas del tiempo y politiqueo.

II

Los dolores y las pestes cayeron
como plagas de agonía y miedo.
Y los campos se incendiaban
y escuchaba el dolor de los pensamientos.

Tiempos que pasaron
como gaviotas sobre mares alzados.
Agostados los sembrados, los trigales secos.
Y ya no era yo sólo, vagabundo.

A mi vista casas destartaladas.
Máscaras grisáceas con despliegues de arañas.
Riacho que ahí se hunde y más allá aflora.
Una reflexión continua, una variada sucesión…

Y brotan salmos bajo las piedras,
y distantes rosas invisibles se asoman.
Interrogan confusos, informales…
¿Hacia dónde, hacia dónde vamos?

Y sólo yo puedo ver, aquello que los demás lloran.
pues soy pájaro de bronce que lleva años caminando.
¡Ay, qué poeta pudiera cantar sentado en la cuneta,
todas las bondades y miserias que por mi pasaron!

Todo el pesar registro en mí y absorbo.
Toda la alegría registro en mí y la absorbo.
El mundo entero he despreciado y amado.
¡Cuán solemne me parece la vida!

¡Con qué dulzura respiran los niños de cuna!

Ana María Lorenzo -Zaragoza-

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