sábado, 3 de noviembre de 2012

HOMILÍAS DEL SIGLO XXI


Por Ruth Patricia Diago

A usted, varón, que pregona los valores bizarros de una iglesia de hombres, terrenal y misógina, con investidura de santo y médula de pederasta, le aclaro: se equivoca cuando grita a los cuatro feligreses mojigatos que le escuchan decir  “el matrimonio es una institución que debe durar toda la vida”. ¿Qué esperaba, que las mujeres siguiéramos acomplejadas y sometidas por los siglos de los siglos?  ¿Acaso su libro maestro no está lleno de historias que así lo ordenan? No, señor, aunque el Vaticano lo apañe, ya las mujeres dejamos de asumirnos como seres inferiores, confinadas a la cocina, a la maternidad sin tregua, excluidas de todo conocimiento y obligadas a caminar en todo sentido tres pasos detrás de los machos.  Usted y sus homólogos no pueden encaramarse sobre sus púlpitos a dictar cátedra sobre un estado civil acerca del que no tienen experiencia alguna. Sí, lo ideal sería una relación conyugal que se prolongara “hasta que la muerte los separe”. Sí, todos hemos ido al altar con esa finalidad y sólo los involucrados sabemos que eso es posible únicamente en las novelas. Me niego, señor sin señora, a acatar la perorata sentenciosa de un religioso que no tiene ni idea de lo que es convivir con otro ser humano que ponga a prueba la paciencia de su pareja al querer doblegar su espíritu e imponer sus gustos y su ley a capricho. Que soportado por la iglesia y la Sagrada Biblia ostente su infidelidad con todo descaro y sin la menor culpa. Sí, le asiste la razón al quejarse de que hoy en día los matrimonios son efímeros, debe ser porque estas “maquinitas paridoras que perpetúan la especie” ya estamos mamadas de ese tipo de cosas, pues nos sabemos capaces de subsistir sin ese lastre que, por idiotas, nosotras mismas nos imponemos al pensar ingenuamente que la ternura del marido va a permanecer intacta por el resto de los tiempos. Por ese pecado de credulidad nos deberían dar cien o más azotes, porque –oh descubrimiento–  ellos proceden de forma bárbara sin recibir siquiera una amonestación, o despertar la más mínima forma de rechazo. ¿Hasta cuándo van a creerse semidioses avalados desde siempre por el pecado original? Pues no, ya está bien de tanto abuso consentido. Primero adquiera la experiencia y después opine como apoderado que es de la divina providencia. Créame, señor, de santa ni de mojigata tengo un átomo. Nada lograría avergonzarme más. Estoy totalmente de acuerdo con cierto juego de palabras que modifica la ley del talión: “ojo por ojo, cacho por cacho”. Yo, gustosa, sin sentir lástima de mí misma y a sabiendas de lo que me espera, continúo mi áspera ruta hacia la quinta paila del infierno, no sin antes asegurarle que la costilla, señor cura, tiene mucho mejor sabor que el corrompido y apestoso barro con el que fueron modelados la generalidad de sus congéneres.

Publicado en el periódico La Urraka Cartagena

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