He mirado mi rostro en una copa
y lo he reconocido.
Hacía ya una década que no podía hacerlo.
Y ahora recupero la locura
que giraba en mi sangre,
el universo ardiendo donde hundía mis manos,
para hallar estas líneas que tejían
amor y sufrimiento, y sobre todo
este anhelo de acción que nunca cesa.
Muchas gracias, mon diable,
por devolverme el alma,
por entregarme un mundo que susurra
encima de mi lengua, sonriendo
como el vino que enciende el entusiasmo.
Ahora, atravesando St. Germain,
solo y ardiente hacia el Café des Amateurs,
el sol parte mi cara bendiciéndome,
y sonrío y enciendo la locura
como el mapa sin nombres de mi mente,
único plano con el cual me oriento.
Luego que venga, al despertar, la pena,
que en lugar de besarla
haremos el amor.
ÓSCAR MARTÍN -Madrid-
Publicado en la revista La Alcazaba
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