viernes, 16 de noviembre de 2012

EL SABIO Y LA MAGIA


Subía la montaña. Sentía su cuerpo, denso, cierto.
El aire era puro, frío como
una verdad cortante de tan tremendamente certera.
De súbito, lo vio. Altas las orejas, celeste los ojos,
la observaba, amable, el conejo rosado.
Se entendieron en forma instantánea.
No sabemos cómo, pero el conejo rosado
empezó a caminar por una senda, tal vez inédita,
que se iba abriendo sola, a su paso... y ella lo siguió,
sin vacilaciones, como si se tratara de confiar
en un conocido de siempre.
Tengo un invitado que desea conocerte,
dijo él, también con naturalidad, aparentando
ser un ser bien versado en la comunicación humana.
La nieve, a pocos metros sobre ellos, parecía tranquila,
expectante, un cóndor voló por encima, lento,
como observando con atención.
El conejo rosado le hizo un leve y muy correcto
gesto de saludo y el ave prosiguió su ruta, moviendo
las alas al modo de un aviador diestro y alegre.
Tengo un invitado que desea hablar contigo,
insistió el conejo. Ella vio como
la boca de una madriguera se ensanchaba,
se adaptaba a su cuerpo, tomaba la forma familiar
de una puerta hospitalaria.
El conejo la precedió en entrar a una habitación
en que reinaba una temperatura agradable y parecía
presidir una figura... que ella reconoció de inmediato.
Eres el ser sabio, le dijo.
Sí dijo él, el tuyo...
El conejo rosado se subió a las rodillas del ser sabio.
Ella sonrió y el conejo desapareció en su sonrisa.
Esa no es la magia, dijo el ser sabio,
como si estuviera siguiendo su pensamiento.
La magia, continuó afirmando, es el regalo de existir…
la montaña, los conejos, los cóndores, los humanos,
el tiempo, el mensaje del sol a la tierra, el nacimiento de los niños...
Ella agradeció el regalo del recordar el gran regalo,
siguió mirando la cordillera nevada, escuchaba el silencio,
sentía el aire puro y la indudable presencia de su cuerpo.

Luis Weinstein -Chile-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 53

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