domingo, 25 de noviembre de 2012

EL FINAL DE UNA LEYENDA


Era el escritor de Literatura Terrorífica más famoso del mundo, el más vendido de la Historia. Era ateo, pero solía pensar en la posibilidad de que alguna entidad superior le tuviera destinado algún castigo por llenar miles y miles de páginas con los horrores más inenarrables. Se rió, siempre lo hacía cuando se sentaba frente a una hoja en blanco. Tenía que entregar una novela al editor ese año. ¿Empiezo de una vez? No tenía ninguna idea en mente. ¿Qué tal un cuento? Una historia corta que me mantenga ocupado mientras pienso en algo extenso estos días. Deseaba escribir, aunque no sabía sobre qué, pensó en los setenta años que llevaba a cuestas, en la muerte que se hacía más cercana, en los dolores de sus piernas que se habían intensificado en los últimos años, en su madre, que lo había criado dentro de la pobreza más abyecta y lo había sacado adelante, oh, mamá, ¿te volveré a ver algún día? Pensó en su esposa, en sus hijos, en su retorno al alcohol y a las drogas. Comenzó a sangrar por la nariz… se puso dos algodones y continuó… no se había percatado de que estaba escribiendo.
Llevaba ya un par de caras, describía su soledad, su melancolía, su sufrimiento físico y mental.
Redactaba un manuscrito que exorcizaba algunos demonios, iba diez, veinte, treinta páginas, era necesario un conflicto ahora, un elemento o fenómeno fantástico, ¡un monstruo!, solo dos o tres decenas de páginas más: un relato corto, ¿o largo? Se reía a carcajadas, miró el reloj, madrugada, tenía la convicción de terminar ese mismo día, escribiría hasta que saliera el sol, ¡qué precioso texto! Un poco de sexo, una bestia depredadora, sangre, vísceras, nunca había sido tan brutal, se regodeaba encima de su propia biografía, pues el personaje central era él, sí, soy yo, Stephen, entonces se dio cuenta de que nunca pondría el punto final, había llegado al límite de lo prohibido, las letras salieron de
la hoja, flotaron delante de él, formaban frases, «Te jodiste, imbécil», «Tus testículos adornarán mi sala, cerdo», las palabras asumieron formas de puñales, se clavaron en su cuerpo… Él murió chillando. Lo encontraron unas horas después, sobre la silla de su escritorio. Había una sola oración escrita en su frente, con sangre: «Me retiro».

Carlos Enrique Saldivar (Perú)
Basado en la novela Mientras escribo de Stephen King
Publicado en la revista Minatura 123

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