viernes, 2 de noviembre de 2012

DURO CASTIGO


Flavio Morán corría por las calles hostiles buscando a un sospechoso. La ciudad de Lima, tras la Gran
Guerra Contaminante, se había vuelta opaca, dura, el aire era bastante difícil de respirar. El criminal se
introdujo en un callejón. Flavio fue tras él, pero el maleante trepó una alta reja metálica. El perseguidor hizo un hoyo con su navaja láser allí y consiguió pasar. No obstante, el delincuente se alejaba, doblaba la calle, con rapidez.
Flavio fue por él y lo vio ingresar en una tienda de ropa. El policía debía ser hábil, podría tratarse de un asunto de rehenes. Gabriel Malaparte podría perder el control y lastimar a alguien.
Revólver en mano, el guardián de la ley ingresó en el local, escuchó gritos femeninos que se quejaban. Gabriel tenía cogida por la cintura a una chiquilla de no más de quince años, le presionaba el cuello con un cuchillo filoso. El policía sacó su revólver, le exigió que soltara el arma y que dejara a la joven. Empero, el rufián estaba desesperado, dijo que si no le permitía irse, mataría a la muchacha. Flavio no
bajó la pistola, buscaba un espacio para poder abatirlo. De modo súbito, el canalla cortó el cuello de la chica. Ella cayó, cual muñeca rota. El criminal se abalanzó contra el agente del orden, pero este le disparó en las piernas. «Es hora de que pagues la idiotez que acabas de cometer». Las sirenas sonaban a
lo lejos, la patrulla llegaría en cinco minutos. La madre de la víctima estaba en shock.
Flavio jugó los cuatro minutos restantes con el homicida. Le disparó en los genitales y en los brazos. En el último instante, le metió una bala en la cara. «Esto es lo que mereces, bestia». La alegría inundaba el ser de Flavio. ¿Justicia? No. Venganza. La más cruel de todas.
—¿Hasta cuándo estarás con ese juego? No quiero que lo descubran. Podrían añadir seis años a nuestras condenas. Dámelo, ha vencido tu tiempo —dijo su compañero de celda.
—Ya terminé —dijo Flavio, entregando el aparato de realidad virtual—. Podría volver a experimentar
este hecho mil veces. Mataría por saber cómo conseguiste las imágenes.
En ese momento, un carcelero se presentó y le dijo a Morán: «Adivina qué, asesino, han ascendido a
Malaparte, el que te arrestó, ahora es sargento». Flavio hizo un gesto de cólera.

Carlos Enrique Saldivar (Perú)
Publicado en la revista digital Minatura 121

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