sábado, 3 de noviembre de 2012

AL POETA DESCONOCIDO


Érase una vez un viejo que escribía poemas. Pero estaba por ello muy apenado. Una mañana se levantó decidido a terminar con aquella frustración.
No podía pensar en morir y que sus poemas quedaran inéditos. Pensaba el viejo que sus poemas eran buenos, a pesar de no haber encontrado a nadie que se interesara por ellos: ni su mujer ni sus hijos ni sus nietos ni sus amigos le habían pedido nunca que les leyera un poema, y si era él el que lo pretendía, siempre encontraban excusas para cerrarle la boca, sí, como suena. Y si esto era así, ¿quién iba a estar interesado en publicarlos? ¿Cómo solucionar lo que a su edad parecía toda una aventura, que si salía bien le llenaría de gozo, pero si salía mal acabaría con él?
Pensó: "tengo que encontrar alguien que sea sensible, que me escuche, y no por parecer amable sino por curiosidad”.
Y aquel hombre con unos folios en la mano se fue a un parque. En ocasiones había visto y escuchado a personas hacer algo parecido. Allí iban a soltar sus discursos y hasta cantar con una guitarra más bien desafinada. Siempre alguien les escuchaba. Ya en el parque, miró aquí y allá buscando el lugar idóneo. "Allí —se dijo —Me subiré hasta el pedestal de aquella estatua. Desde allí llamaré la atención, pues creerán que soy un suicida".
Y sin dudarlo allí se dirigió. No era fácil a su edad encaramarse al pedestal, pero ninguna consideración le detuvo, tal era su voluntad de ser escuchado, al fin.
Estaba al lado de la estatua, cuando hizo algo que no había hecho antes: mirar el personaje representado por la escultura: era un viejo, que con un brazo extendido y el otro sosteniendo con la mano unos folios, daba toda la impresión de estar declamando un poema. El viejo se sintió mal. ¿Cómo iba él a pretender usar aquel pedestal de la gloria ocupado ya por otro? ¿Y quién era aquel hombre con tanta suerte? El nombre no estaba frente a sus ojos, así que dio la vuelta al pedestal para mirar del lado opuesto. Tampoco había ningún nombre.
“No puede ser, esta estatua es un homenaje a alguien” —se quedó pensando.
Por allí pasó una joven a la que interpeló:
—Señorita, ¿me puede decir a quién han elevado esta estatua, que no lleva nombre?
— Señor, está dedicada al poeta desconocido, por eso no lleva nombre.
—Gracias.
Y el viejo nunca más se sintió frustrado; le habían dedicado una estatua al menos.


JOSÉ D. DÍEZ
Publicado en la revista Estrellas Poéticas 50


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