miércoles, 7 de noviembre de 2012

AL MENOS UNO


También los poemas
habrán de subir a la carreta de la muerte
para ser arrojados
al estercolero del silencio.
También ellos.
Sólo algunos,
que caben cómodamente en la palabra
pocos,
se han sabido proteger
con un escudo, insobornable, de lectores,
contra la guadaña y su cosecha
de pulsos congelados.
Ojalá que al menos uno de los míos
–donde algo de mi ser
se agarre con las uñas y los dientes
a la vida sea
beneficiario de algún olvido
de los que, muerte, sufres
de tan anciana a veces.
Ojalá que al menos uno
obtenga el primer lugar en los juegos
florales
de la supervivencia,
saboree glotonamente
la dulce confitura de lo eterno
y cuente en su patrimonio
con una de las colecciones de miradas
más ricas de la historia.
Ojalá que a mi poema
nunca se le borren los vocablos
que lo forman –como fantasmas
disipado s por un golpe de incredulidad -,
que nunca se le entierre
bajo la página en blanco,
que jamás desaparezca en el amarillento
juego de manos de lo antiguo
y que, por los siglos de los siglos,
se dedique a la pesca
de los huecos de eternidad
que arrastra en su corriente el tiempo.
Pero ¿qué pretensión es ésta?
¿Qué droga revoluciona mis entrañas
y venda los ojos al principio de realidad
que me rompe los párpados?
¿Soy el único habitante,
el energúmeno,
el Robinson
de un paraíso artificial,
sin puertas ni ventanas?
¿Cómo puedo creer que uno de mis
poemas
se libere del tiempo
y se haga militante de la palabra siempre,
si los lectores
–su pedestal erguido a la mitad
de fuetazos de tiempo tienen
las horas contadas,
pulmones con más rienda que camino,
un sepulcro futuro con los brazos abiertos
y hasta un epitafio que a su final
habrá de agusanarse?

Enrique González Rojo
Publicado en la revista Pluma y café 8

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