Yo ya sabía que con amarte, estaba cometiendo un delito.
En realidad estoy calada por el chirimiri de tus brillantes maravillas,
y empapada tengo el alma de lejanía por tus inevitables ausencias.
Acostumbrada a levantarme tras la última caída,
estoy cerrando con llave el baúl de los deseos.
Y después de recontar la suma de momentos,
de descubrir que no son mis pies los que necesitan de tus manos,
y de percibir que no escuchaste como mi copa
pedía a gritos un Pedro Ximénez,
después de todo eso...
las últimas horas contigo se aproximan.
Alfa, otredad, omega.
Principio y fin de la estrategia de la tensión.
De la oculta celebración del sacrificio,
de los balcones, de las ventanas, del debajo de la puerta,
de las montañas, de los mares y de las ilusiones verosímiles
pero imposibles: vuelvo.
Para recrear los espacios, y sobrevivir,
ya agotada por el silencio de ésa luz apagada.
Las últimas horas vienen marcadas
porque ya no me atrapan las sinopsis de los cuentos de tu vitrina,
ni ése nuevo descorrer de las cortinas de las emociones.
Y por eso vengo desnuda de palabras,
vengo a amarte a traición y por la espalda,
con alevosía, con premeditación,
a amarte a bocajarro y a la cara.
Pero no puedo.
Vengo a soñarte como te bebo,
y a beberte como te sueño.
Para marcharme…
Después de haber rozado allá arriba el cielo de París,
tras leer a medias las contraportadas de los libros
en aquella antigua y coqueta librería,
y cansada de esperar la profanación inconclusa que nunca llega.
Vuelvo. Para someterme.
Sin que ya existan las cadenas,
que me impidan otra vez,
acallar mis desalmadas intenciones.
Culpadme pues.
Soy una delincuente.
Blanca Flores Cueto. Inédito aún para cuestión de número.
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