jueves, 25 de octubre de 2012

LOS COLOMBIANOS PEDIGÜEÑOS


Por Jairo Cala Otero

En el parque de su barrio, adonde llegó después de haber escuchado las noticias de la mañana, Regalín miraba a todos lados. Quería encontrar a alguien con quien desfogar lo que sentía. Necesitaba hablar con alguien sobre la desazón que tenía por el incorrecto uso de un término. En esas, Alfabeto hizo aparición. Se sentó a su lado en la misma banca, y él dio comienzo a su plática.

      ─ ¿Te has fijado, Alfabeto, que ahora en este país abundan los regalones? (*). Hay muchísima gente que apenas piensa en regalos; pareciera que se hubiesen criado a punta de recibir obsequios todos los días.
      ─ ¿Por qué dices eso, Regalín?
      ─ Cómo que por qué. ¿No has escuchado a tu alrededor a tantos compatriotas deseosos de que todo se lo regalen? ¡Hasta los nombres de las personas los piden regalados!
      ─ Explícate. No te he entendido.
      ─ Pues que a mucha gente se le dio por torcer el sentido del verbo regalar. Ahora conjugan ese infinitivo en todas las ocasiones, sin que sea correcta su aplicación.

      En ese preciso momento, un jovencito que montaba en bicicleta se acercó a los dos caballeros, y dirigiéndose a Regalín, le dijo:

      ─ Señor, ¿me regala la hora, por favor?

      Alfabeto apenas miró rápidamente a Regalín; y, luego, pasó la mirada sobre el rostro del muchacho.

      ─ Fíjate, fíjate. ¡Lo acabas de escuchar, Alfabeto! Este muchacho quiere ¡que yo le regale la hora! Yo, sinceramente, apenas puedo suministrársela, indicársela o informársela. No tengo potestad para regalar el tiempo.

      ─ Ya comprendo, tienes mucha razón. Se volvió una fea costumbre entre mucha gente el utilizar ese verbo transitivo en situaciones que no lo admiten. Yo tenía ganas de que abordáramos este tema.
      ─ Sí, señor. Ahora quieren que uno regale todo, hasta las cosas más inverosímiles. Ayer, una funcionaria de la Gobernación, donde yo adelantaba una diligencia, me pidió que le regalara mi nombre ─ contó Regalín ─. Yo la increpé diciéndole que si le regalaba mi nombre ¡cómo carajo tendría que llamarme en lo sucesivo! Por lo menos fue inteligente y entendió el mensaje; se puso colorada, pero a renglón seguido me pidió que le regalara mi cédula. Volví a la carga, y le contesté que si le regalaba mi cédula yo me quedaría sin documento legal para identificarme; que yo solamente estaba dispuesto a proporcionarle, informarle, indicarle o darle el número de ese documento, pero que no se lo regalaría por ninguna razón. Pero la señorita, muy oronda, después de rellenar otros espacios de un formulario que diligenciaba con mis datos, reiteró su solicitud de regalo. Me dijo: «Señor, regáleme su teléfono». Entonces, no aguanté más, Alfabeto. Le dije que qué era ese atrevimiento, ¡por Dios! Que ni siquiera yo la conocía y ya me estaba pidiendo que le regalara mi teléfono. ¡Si yo lo necesito para hablar por él con mis amigos y parientes! Se volvieron muy regalones muchos de nuestros conciudadanos.

      ─ A mí también me han hecho esas pasmosas solicitudes, a quemarropa. Hace no más de diez minutos estaba yo conversando con un amigo; al momento de despedirnos me dijo: «Regáleme su celular». Tuve que decirle que por qué razón habría de regalarle mi teléfono móvil; esta es mi herramienta de trabajo de todos los días. Entonces cayó en la cuenta y replicó que lo que quería era que le regalara el número de mi celular. Entonces volví a corregirle diciéndole que tampoco eso haría; que cuando menos le podía suministrar el número, porque si le regalaba mi número de teléfono todas las personas que me llaman a mí a esa línea quedarían despistadas al percatarse de que quien les contesta no soy yo. De ese tenor están las cosas con la semántica del español, Regalín.
      ─ Razón tenías tú cuando en otra plática como esta insistías con los ejemplos de lo que ocurre en supermercados y tiendas. En esos lugares sí que abundan los regalones. Todo lo quieren regalado. Desde los huevos hasta la carne. Y lo risible es que después preguntan: «¿Cuánto le debo?».

      En ese instante, una viejecita que pasaba junto a los dos, se arrimó para decirles:

      ─ ¿Me regalan la hora, señores?

      Los dos se miraron al mismo tiempo. Regalín contestó:

      ─ No, señora, no podemos regalarle la hora, pero sí le informamos que le cogió la tarde. Tanto para llegar a su casa como para consultar en un diccionario el significado del término regalar. ¡Corra, apúrese!

      Se marcharon luego de regalarle unas monedas a un pordiosero que caminaba por un sendero del parque. Y tras convenir que regalar es un verbo que también funciona en las metáforas, por eso lo usan los poetas para decir, por ejemplo: «Regálame una mirada para alentar mi alma».

(*) Regalón: ‘Que se cría o se trata con mucho regalo’.

SIGNIFICADOS PRECISOS DEL VERBO REGALAR

1. Dar a alguien, sin recibir nada a cambio, algo en muestra de afecto o consideración o por otro motivo.
2. Halagar, acariciar o hacer expresiones de afecto y benevolencia.
3. Recrear, alegrar. (Alegrarse por una buena noticia).
4. Tratarse bien procurando tener las comodidades posibles. (Regalarse una buena casa).

Fuente: Diccionario de la Real Academia Española

Publicado en el periódico digital La Urraka Cartagena

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