Por Nadim Marmolejo Sevilla
La determinación del gobierno nacional de darle un manejo discreto y confidencial al proceso de paz que acaba de iniciar con las FARC es comprensible. Estamos de acuerdo en que no debe ventilarse en los medios de comunicación de la misma manera como se hizo con el del Caguán.
Pero pienso que esa discreción y confidencialidad sólo es saludable siempre y cuando no comprometa el derecho a la información de la ciudadanía. Ni el ejercicio de la libertad de prensa. Por lo tanto, no debe usarse como excusa para no contar las cosas de manera oportuna, completa, y equilibradamente por parte de los negociadores de ambos lados.
Tampoco debe ser usada para decir sólo lo que conviene y traspapelar los asuntos delicados. O no permitirle a la sociedad el acceso a los asuntos que se ventilen en la mesa de diálogos en igualdad de condiciones. Y mucho menos para esconderse de la crítica constructiva y objetiva que corresponda.
Esta discreción y confidencialidad tienen que obedecer al criterio de proteger al proceso de las vanidades humanas y la propensión al protagonismo de unos argumentos sobre otros, mas no al de ocultar información vital de las negociaciones. La prensa tiene el compromiso de informar a tiempo y objetivamente sobre los avances o dificultades que se registren durante las conversaciones sin dejar de lado los puntos de vista de ambos negociadores, así como de los puntos de concordia y discordia que sean de interés público.
Las ruedas de prensa no tienen que ser el único recurso mediante el cual se tengan que comunicar los pormenores del proceso. Esta forma de sacar a la luz pública las noticias termina apareciéndose a show mediático y una manera muy cómoda de los negociadores para librarse de la lupa periodística y del ojo vigilante de la sociedad. Además de que se hacen bajo cargas de estrés, de afán, de presión, y de cortedad de tiempo, que no ayudan a los sentidos y al entendimiento.
Y, ante todo, debe quedar claro que dicha discreción y confidencialidad no pueden impedir que los periodistas indaguen, hagan ruido, y ejerzan su misión de examinar todo cuanto provenga del proceso y se allegue a él. Ni responsabilizársele de las filtraciones u rumores que puedan traspasar los límites de la puerta cerrada que separa a la mesa de diálogo entre el Gobierno y las FARC con la prensa.
Y menos aún obstruir la difusión de balances y proyecciones propias de la labor periodística. El uso del micrófono no estará, entonces, sujeto a controles de ninguna índole y debe estar abierto para todas las voces que se alcen a favor y en contra de los temas en discusión. Y la prensa, por su lado, responsable y respetuosamente, debe estar a la altura de las circunstancias históricas actuales.
En fin, como dijo en los últimos días en su cuenta de twiter el columnista de El Espectador Aldo Cívico: “la discreción en un proceso de paz tiene que ser de las partes sentadas a la mesa y no de los medios”. La sociedad reconoce y acepta que este no es un proceso de paz igual al anterior, pero no significa que haya que sacrificar la importante misión de informar de la prensa por esta simple razón.
Publicado en el periódico digital La Urraka Cartagena
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