Por Alfonso Hamburger
Se volvió moda en San Jacinto amenazar con mandar a buscar las pandillas. Y lo hacen de manera folclórica, mamagallista, pero real. Con ello creen que solucionarían los problemas. Supe que un dirigente se las inventó para protestar contra un Alcalde y que el enano se fue creciendo. Ahora es un mal de mucha preocupación -su propio problema- porque estas pandillas extrañas para un pueblo como el nuestro, distan de las tribus urbanas de Buenos Aires y otras urbes, cuyas juventudes hallaron en estas expresiones musicales una forma de manifestación estética. La vida les cambio.
Supe de las pandillas San Jacinteras, ubicadas en barrios marginales, que se han ido cogiendo la plaza y las calles, que han reventado vitrinas y apedreado espectáculos, porque el cierre de la cabalgata fue víctima de ellas. No respetaron que los músicos estaban en tarima para soltar una lluvia de peñones y piedras que ni la Policía pudo controlar. Uno de los líderes, me cuentan, es el hijo de un mototaxita, buen futbolista, temperamental, que se hacia expulsar con frecuencia. Hoy, su hijo de catorce o quince años, es el líder de estos movimientos. No sé si se pueda decir que existe un líder en una muchedumbre desbocada y alocada que actúa como una manada de cabras locas.
Preocupado por esta situación, llamé a Rodrigo Rodríguez, quien no recuerda en su juventud semejante comportamiento. Él se dedicó a buscarle los secretos a la música, como tantos otros, que hoy son orgullo de nuestro terruño.
Recordó, que existían las guerras de barro. Los jóvenes del barrio Arriba se levantaban a bolitas de barro con los de La Bajera. Eran fiestas carnavalescas, guerras de pelotas de barro colorado, de la lomita Colorà, o requemado de La Bajera, que no ofrecían daño.
Si estas pandillas -que amenazaron con sabotear las fiestas y el rumor previo era de pánico- continúan se amerita un buen estudio de comportamiento social y psicológico, pues se trata de nuestro futuro como pueblo.
Antes de las fiestas, mientras estuve de paso a Cartagena, sentí pánico ajeno y me encerré temprano.
Valdría la pena que los San Jacinteros que lean estas crónicas, nos ayuden a clarificar esta situación y a hablarnos de las guerras entre bajereños y arribanos del pasado, a punta de pelotas de barro.
PD. A propósito, sería bueno iniciar una campaña para liberar el camellón de la Iglesia, que es de todos, no de la Curia.
Crónicas de la tierra de la hamaca (IV) y última.
Publicado en el periódico digital La Urraka Cartagena
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