Yo caminé por estas mismas calles con la
comodidad de un buey, ufano
como el más alto de los olmos, y los dioses
eran conmigo, alegre peatón
sobre los cráneos de los ingleses muertos en la
guerra, mesador de las barbas,
y brillaba
como un árbol de moras en medio del verano,
Cristo sobre las aguas, glorioso,
cerdo feliz.
Y fue el tiempo de tratados y de alianzas con
los jefes de las tribus:
hombres de Australia, hombres del Canadá,
hombres de Irlanda,
todos los bárbaros metiendo lagartijas en el
culo de la Reina, jubilosos
y sin remordimiento.
Dulce Morgan,
viajero entre las ramas y los campos del aire,
lejos de los tejados que guarecen a los
adoradores del Tío Coronel en la Malasia,
de Betty Boop, de la Consola del Siglo XIX, y
lejos de las camas
donde las muchachas guerrean con los reyes
normandos, de los baños
donde los muchachos se drogan a la sombra de
su viejo prestigio:
Dios salve al Rey.
de Canto ceremonial contra un oso
hormiguero, 1968
ANTONIO CISNEROS
Publicado en la revista Lamás Médula
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