domingo, 28 de octubre de 2012

EL PROGRESO Y LO HUMANO


La vida es un viaje, de eso no cabe duda, un viaje de la “nada” a la “nada” según Nabokov. En Una sombra en Pekín, José Ángel Cilleruelo nos cuenta un viaje particular‐ como lo es todo viaje, sobre todo el que cada uno de nosotros emprende allá desde esa “nada”‐, en el que el escritor da voz al narrador, WuGuí, que desde el presente nos irá introduciendo en su pasado usando como conexión la música, en este caso a través de un piano –él ha sido afinador de pianos‐, que encuentra a su regreso a la ciudad que lo vio nacer tras su periplo en Pekín.
El Progreso en su vida ha sido determinante tanto para el inicio como para el estadio que precede al final, porque ha sido éste el que ha cambiado sus circunstancias, relegándolo a una vida monótona y quizá sórdida, al menos esa es la sensación que nos trasmite el narrador, que no le da relevancia a lo vivido, sino que lo asume como una parte de ese equipaje o de esa “nada”.
En el pasado un objeto, o máquina fue su acicate, y en el futuro otra máquina será el verdugo que le cercenará su “anodina” existencia:
<< Una mañana el dueño del taller me llamó al despacho. Una máquina costosísima ocuparía mi lugar en cuanto llegara el camión que estaban esperado>>. –Pero no importa WuGuí‐ dijo‐, porque ya te merecías un descanso.
¿No estás deseando volver a tu ciudad? –Sí‐ mentí.
Dos momentos que fueron determinantes en su viaje, y al regreso se encuentra con los escombros de lo que fue en otro tiempo un campo de ciruelos, donde, entre esos escombros, encuentra un viejo piano al que decide rescatar mientras va anotando sus días pasados en un cuaderno que ha comprado para tal fin.
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¿Un grito desolador? ¿El desencanto de un hombre por lo vivido? ¿La aceptación de unas circunstancias sin mediar sobre ellas para evitar las consecuencias?
En el camino de regreso de WuGuí, yo veo El Grito de Munch, ese cuadro aterrador. Pero este cuento narrado con total exquisitez no nos parece terrorífico, sino una fabula esopiana que nos muestra claves que debemos desvelar, que el lector debe desentrañar para ver más allá de lo que las palabras nos cuentan, y quizá para no ver lo terrible de la vida, o para descubrir que la belleza está en unas flores que florecen al borde de la carretera cuando la lluvia deja charcos.
En cuanto al contenido por mi parte no puedo desvelar más, que sea en lector el que lo haga, y en cuanto al continente debo decir que el editor ha cuidado la edición con mimo, con pasión de padre, porque el resultado es un hijo de belleza admirable. El libro entra por el ojo, y no puede ser de otro modo, porque, además, el mimo y cuidado realizados, no podemos eludir hacer referencia a un punto tan importante como la palabra: las ilustraciones de Juan Gonzalo Lerma, que hacen de este libro esa joya apreciada y valorada, tan escasa en las ediciones de hoy que, en ocasiones, crean libros como si fueran churros o ladrillos.
Una sombra en Pekín es, sin la menor duda, un bello cofre que alberga una joya literaria.

Marcos Morneo
Publicado en la revista LetrasTRL 51

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