Ella siempre estaba,
paseando por la playa,
iba y caminaba,
“sobre la vida meditaba”.
La arena era testigo,
mojaba sus húmedos pies,
nunca dejaban huella,
“siempre era de ella”.
La ola del mar,
su eterna compañera
su confidente más leal,
“nunca la va a abandonar”.
Siempre a su lado,
no le pierde paso,
borrando todo rastro,
“por donde va caminando”.
Así los desearía,
que fuese en la vida,
se le fue muriendo la alegría,
“usurpada por la monotonía de la vida”.
Era como su otra vida,
su pequeña libertad,
su única felicidad,
“pero siempre viviendo en soledad”.
Allí se siente libre,
ella es como la sirvienta,
su casa es un infierno,
“ella vive su esclavitud perpetua”.
Nunca la valoran,
por ser la mujer,
la esclava del hogar,
“una terrible condena por pagar”.
Su esposo nunca la ayuda,
vive en un mundo,
siendo la esclava obligada,
“de servir a todo el mundo”.
A nadie le importa,
y nadie llega a pensar,
que ella siempre es,
“la madre sufridora nada más”.
Los hijos no la valoran,
atrás quedaron los detalles,
ya ni los puede recordar,
“vive para su familia sin rechistar”.
Pasa los días especiales,
no recuerda un ramo,
de flores en el hogar,
“ni siquiera una felicitación de amor”.
No sabemos nunca ,
lo que puede parecer,
un hogar feliz para ella,
“es una sala de tortura con ella”.
Donde sus años pasan,
convirtiéndose en su esclavitud,
las canas se apoderan,
“de la de llegada de la vejez anunciada”.
Vive resignada siempre,
solo tiene una alegría,
el poder pasear ,
“pasear sus penas todos los días”.
Ya sea cualquier tiempo,
invierno o verano
que más dará,
“en familia su tortura continuará”.
Aunque vive feliz,
pero inmersa en soledad
no nada más duro,
“que vivir esta realidad”.
No hay nada más cruel,
que sentir en uno,
sentirse sólo en compañía,
“sentirse así todos los días”.
Para ella es tan duro sentirse,
todos los santos y benditos días,
vive sola en su paraíso,
“a nadie le pide permiso”.
Sentía la libertad,
donde puede disfrutar,
de la brisa del mar,
“que no la abandona jamás”.
Sentir las olas,
salvajes y naturales
esa es su satisfacción,
“como las personas felices”.
Las puede recorrer a diario,
así es su vida,
disfrutar de su paraíso,
“antes de volver a su calvario”.
Se siente cautiva,
dentro de una eterna soledad,
esclava de los demás,
“una dura y triste soledad”.
Así transcurre su vida,
perdida entre las olas,
las olas del mar,
“borrando todas sus huellas”.
Dónde no la puedan encontrar,
y así para poder sentirse,
en completa libertad,
“y en su mundo puede disfrutar”.
Su vida se ha convertido,
acompañada de las olas,
las olas del mar,
“su triste paraíso en libertad”.
Miguel de la Mancha
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