Me crié entre un revoltijo de paredes libros
alacranes y cables eléctricos
todo se podía agarrar
incluso las avispas
aunque los alacranes solo cuando estaban muertos
salía por la calle donde las múltiples rayas
dibujadas en la vereda
mareaban mis ojos
y mis zapatos
no tardé en descubrir que no había algo que no soñara
viendo tantas cosas en el día
y si las noches traían sus fantasmas
conversábamos con ellos a pierna suelta
muchos éramos los hermanos
y pocas la normas que limitaran nuestros desplazamientos
a pesar de que existían
la pregunta mejor dicha
ninguna y todas
mi madre
se esmeraba que fuéramos a misa
comulgáramos los primeros viernes
bien confesados por supuesto
pero no faltaban pecadillos
vergüenza esos nos daban
que callábamos
¡para qué tanta penitencia!
y en el sublime acto del aprendizaje
mientras el cura o el profesor
nos dictaban los que ellos sabían
nuestros ojos y nuestras mentes
estaban en el techo o en la luna
elaborando hermosas teorías
de sobre cuantos clavos habría ahí arriba
a final de cuentas
y llegado el día tenebroso de los exámenes
muy seguros con nuestros cuadernos rallados
así con ll
e inocentemente arrugados
de meterlos tan de prisa en las maletas
y sus notas equilibradas entre onces y catorces
se dividían o multiplicaban
lo necesario para soñar un veinte
no había necesidad de borrador
pues lo primero escrito siempre daba lugar a aprobar
si el cura estaba mareado
o el profesor pensando en lo que comerían en su casa
nunca lo supimos
pero no era desgracia
era siempre pensar en que lo que decíamos
era suficiente para imaginar como cazaríamos lagartijas
aun cuando se escondieran entre las piedras
que el huayco arrojara años atrás en la desierta quebrada
detrás del cerro sobre la que coronaba ahí a lo lejos
la cruz con su luna sus dados su calavera pinzas y otras cosas
rememorando lo que hicieron sufrir al colgado hasta morir
más así y todo no había forma
de lograr suficiente arrepentimiento
nuestros pecados eran cosa para ufanarnos como delincuentes
discípulos de un Lucifer
a quién nunca vimos
y entrar siempre por la puerta de la casa con nuestra aureola de santos
nuestra madre rezaba siempre para que fuéramos divinos
mi padre con su telescopio en las noches
nos hacía ver cráteres en la luna y de día
por muy pocos segundos
los rayos que se desatan furiosamente
sobre la deslumbrante superficie del sol
no faltaban domingos tirados en el césped
imaginando con las nubes
todo lo que Rorschach buscó con sus manchas de tintas
pero en movimiento
¿qué éramos felices?
imagínenlo
Gonzalo Suárez
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