Cual gemas engarzadas de un prístino collar,
mis lexemas se engarzan en fantásticos cuentos
y en leyendas ignotas de perfiles atentos,
mientras el día llega con su fiel despertar.
La aurora me da el manto con sus tules de seda,
pero quedo en mi cama disfrutando del sol
al sentir que mi prosa me ha otorgado el crisol
de seguir mi existencia como si fuera aeda.
Mis ojos extasiados se yerguen embriagantes
con el arrullo ardiente, que encierran melodías
de voces milenarias de algún duende silente.
Relatos de rufianes, delirios navegantes
surgen todas las noches, como las fantasías
de mágicos relatos que vienen del poniente.
Isabel Terenzano
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