lunes, 1 de abril de 2019

ELLA Y ÉL... Y UNA FLOR


Él era un gato soñador, tal vez un poco trasnochado;
le gustaba mucho salir por las noches
y antes acariciaba sus bigotes en algún alambrado.
Ella era una noble rosa blanca, pura como su alma;
la habían lastimado muchas veces y por eso temía y se ocultaba.
En su rosal había muchas rosas, pero ella era la que más amor demandaba.
Un día paseando por el jardín, él vio su brillo de nácar y su rocío de diamantes en una noche muy estrellada.
La luna fue su cómplice y entonces se acercó para rozarla.
Sintió su suave perfume y ella contenta por su calor, temblaba.
Le inquietaba saber qué podía sentir un gato ante una rosa angelada
y cuál sería la causa qué lo inclinaría a acercarse;
tal vez su aroma, que de a ratos destilaba...
Por la noche se cubría y entre las ramas de su materno rosal se acomodaba.
Él por las mañanas pasaba a saludarla
y con el mohín de su hocico, dulcemente un beso le dejaba.
Ella de tan blanca, se ponía roja y sus níveos pétalos, de carmín se matizaban.
Un día él desapareció, se fue de juerga.
En noches de luna llena salió a buscar sus Dulcineas
y a entablar con otros gatos, batallas que terminaron en verdaderas guerras.
Después de un gran temporal, el viento sacudió el rosal
y lo llevó a varias millas de distancia, con su raíz y sus penas...
Cuando cesó la tormenta, el rosal volvió a revivir en las manos de un experto jardinero
y nuevamente brotó, apareciendo su rosa del cielo.
Volvió a crear pétalos y buscó en su alrededor a su querido amigo especial,
el gato que tanto la había mimado en medio de su celo.
Se puso triste la rosa, al ver que no pudo hallarlo.
Sus colores tornaron a ser casi pétreos;
el carmín de sus pétalos ya no parecía el de los labios que suelen dar cálidos besos.
El gato volvió a su guarida, la buscó por mar y cielo,
pero en el jardín de su mundo no pudo hallarla en su vuelo.
Y allí se quedó pensando como podía hacer para tener su roce
y que artes debería emplear para verla de nuevo...
Se preguntó si estaría lejos y si recordaría lo suave de su pelo.
Y entonces maulló su tristeza a la luna, reclamando por ella en su desvelo.
Se alistó las uñas, se acicaló sus sueños
y en pos de su bella rosa, la salió a buscar sintiéndose su dueño.
Acariciando las lunas, siguiendo tras mil luceros,
un día halló el rosal, pero la rosa ya había muerto...
Se cansó de esperarlo, no tenía tanto tiempo...
y se entregó con tristeza a la eternidad del sueño.
El gato la empezó a extrañar, no hallaría igual en su vano intento,
sólo lo podría salvar, el evocar con amor su recuerdo.
Su perfume no morirá, aunque viva perdido a lo lejos;
y el amor lo acariciará con su melodía de cuento...
Él la recordará cuando en el rosal algún pétalo,
le demuestre con perlas de rocío, que su esencia quedó viva en silencio
y que volverá desde las entrañas de la tierra sin tiempo,
en el carmín de otra rosa, solamente para darle un beso...

Diosma Patricia Davis -Argentina-

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