lunes, 24 de septiembre de 2018

UN ESPÍRITU GUERRERO


Pasea la calle arriba mientras la vigila el "dueño".
Apenas adolescente, vestida, por decir algo.
Un pañuelo en el costado anudado a su cintura,
remarca la abreviatura de la tierna y dulce edad.
En bucles, tras de la espalda, cae su pelo azabache;
¡ay, si la viera su madre!, que cose, que lava y plancha,
la ropa de los demás para que nada les falte
a sus hijos tan amados.
Once minutos de gloria en la piel de un vagabundo,
le cuesta el alma y la vida, que se le va derrumbando.
Hay una cruz en su cuello que su padre, religioso,
le dió un día misterioso sin saber lo que ella hacía.
Dinero fácil, decía, es encumbrar a demonios,
el trabajo dignifica; y tan audaz profesión
es lastre que al corazón lo mata sombríamente.

El oro lanza un reflejo con la luz de una farola
y deslumbra su hermosura en la noche ya cerrada.
Ella se encuentra cercada por dos hombres, que a la vez,
satisfacer sus instintos proclaman a voz en grito...
Ya la alborada despunta, el río mece fluyente
a su piedra cotidiana; el ave canta temprana
en el afán de alimento; el árbol templa raíces
despertando a la mañana, que traerá otra mañana
y otra, y otra tempestad.
Cerca de la jara verde, donde remansan las aguas,
hay un pañuelo atrapado en la roca más añeja;
y una flor va naufragando, tan roja como la sangre,
que en hilo va descendente por el camino vallado.
Se remueve así la tierra, como si fuera de polvo,
y a los pies del olmo viejo, un espíritu guerrero,
dejó de ser muchachita de tempranas ansiedades,
para bregar con la muerte allá por la sinrazón.

"Alguna vez los silencios, gritan pidiéndote auxilio;
La soledad es el cirio que alimenta mil verdades,
pero en muchas realidades, nadie sabe distinguir,
lo que la vida y la muerte tienen aún que decir".

Carmen Azparren Caballero

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