Cual pájaro de fuego agonizante,
del soberbio crepúsculo otoñal
el sol ha ido a morir languideciente
contra el perfil endrino de los montes.
Es el instante místico y sublime
de suave, solferino resplandor;
en el transfondo del celeste lienzo
la silueta de árboles semeja,
brazos al cielo en oferencia sacra
del follaje que espléndido y tenaz,
hoja tras hoja va entregando al suelo
tras el beso del viento delirante.
Hoja tras hoja para el gran tapiz,
ha caído en un mágico derroche
de rojos, de dorados, y marrones
que El Gran Artista en éxtasis pintó.
¡Qué inquietud me ha quedado del verano!
¡Qué nostalgia me envuelve en el otoño!
¡Qué delirio sensual y fascinante,
es éste de escuchar crujir las hojas,
como un murmullo triste de reproche
cuando alguien profana su esplendor,
como una tenue voz que nos susurra,
que la alfombra en el piso sólo es,
para que pase radiante el Señor Sol
y luego el viento por las calles juegue
con los chiquillos en las tardes tibias,
del otoño imponente y misterioso!
Del libro “Brindis por un Poema de Leonora Acuña de Marmolejo
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