martes, 4 de septiembre de 2018

LOS ALEMANES


Si cierras los ojos a la injusticia y al horror, te conviertes en cómplice de lo que no quieres ver.
Hitler no llego al poder por un golpe de estado, sino porque los alemanes le votaron, e hizo lo que hizo, porque estos cerraron los ojos o miraron para otra parte. Pero ellos, los funcionarios, los panaderos, los artesanos, los campesinos, los tenderos, los burgueses y también muchos obreros… fueron los culpables. No solo los grandes capitalistas y los grandes empresarios industriales que se enriquecieron con el negocio de la guerra. No. Estos hacen lo mismo en todas partes. En Alemania fueron las masas las que alentaron a Hitler en su disparatada deriva política, para acabar con el llamado terror comunista de la República de Weimar y con la riqueza anti alemana de los judíos. Y aquel les devolvió la autoestima tras la derrota de la Gran Guerra, diciéndoles que eran superiores a todos los pueblos de Europa y entrando en una espiral de violencia que se llevó todo por delante. Pero fueron ellos, el conjunto del pueblo alemán quien lo hizo. Hitler solo fue quien encendió la mecha.
Algunos se preguntan, ¿cómo fue posible que una cultura tan avanzada como la alemana de entonces, que había dado tantos ilustres pensadores, filósofos, poetas, artistas, músicos y arquitectos, pudo llegar a tal grado de degradación moral, como para llevar a Europa al holocausto de dos sucesivas guerras mundiales?... ¿Como fue posible que aquel gran edificio de la cultura germánica, se cayera como un castillo de naipes, con el soplo de las ideas mostrencas de un pintor de brocha gorda? … ¿O aquella cultura, tenía en realidad los pies de barro, propios de un elitismo alejado del pueblo?
No…no fue solo cosa de Hitler. Echarle la culpa a este, es intentar lavar la propia culpa, la del propio pueblo alemán, quien desde el siglo XVIII había venido cultivado un cierto sentido de la superioridad, que se hace todavía presente en nuestros días. Muestra de ello es, la prepotencia económica y la impiedad con la que ha tratado en la última crisis económico financiera a sus socios más débiles de la UE y especialmente a Grecia, un pequeño gran país, hoy humilde, pero cuya cultura ya era milenaria en toda la cuenca del Mediterráneo, cuando los rubios teutonas no pasaban de ser unas hordas medio salvajes, perdidas entre las nieblas y los bosques de la historia. Estas hordas que, en el pasado perdieron las dos guerras, han acabado finalmente (esta vez a través del dinero) por ganar su mesiánica contienda, imponiendo su Pax alemana, a una envejecida, socialdemócrata, conservadora y autosatisfecha Europa.
Si como dijo uno de ellos, el general prusiano Carl von Clausewitz (1792-1831) con su carita de no haber roto un plato, y que tanto inspiro al militarismo alemán en ambas guerras: “ la guerra es la continuación de la política por otros medios”, ahora podría también aplicarse la oración opuesta, esto es: “ la política (en tiempos de paz) es la continuación de la guerra por otros medios”.
Nunca me han caído bien los alemanes (ni en el fútbol, con ese poderío presuntuoso de su fútbol fuerza) porque como decía mi padre: “estos, siempre acaban volviendo a las andadas”.

Alberto López

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