Hay un jardín olvidado y abandonado
sobre la ladera de una montaña lejana
entre laberintos de caminos y sueños,
con un acceso difícil de escasa luz,
donde duermen las ilusiones perdidas,
desde allí puede verse todo el valle,
una inmensa llanura entre sierras
altamente poblada en pequeños núcleos,
rodeados de cultivos de almendra
y frutales variados de colores inmensos,
al final del valle se distingue la costa,
una línea azul envuelve un horizonte
que al amanecer, se disipa en las brumas,
reuniendo un paradigma de colores
ensalzado a veces con un bello arco iris,
en aquel jardín, hay tres cruces clavadas
bajo la sombra del grande y viejo roble,
una por el amor, otra por el dolor
y la tercera por el hastío de la soledad,
sin que nadie las vaya a consolar,
orientado al sur, el jardín se ilumina
en cada amanecer entre las sombras
y un radiante sol, propio de la zona,
y aunque la hierba-mala es abrupta
aún se distinguen algunos rosales,
rodeaban todo el cercado junto a la valla,
dando al jardín un aspecto decorado
entre las rosas blancas, rojas y amarillas,
combinando colores con jazmines y lirios,
¡era tan bello aquel jardín en la sierra!
en la noche, miles de luciérnagas
se empeñan en iluminar aquel vergel,
los grillos afinan sus violines al son
de la imperecedera lechuza en el roble,
que chirría llamando al viento;
aquel día, rugió el mar con una bravura inusitada,
ese día los sonidos de las olas sobre la dura roca
llegaron hasta el bello jardín de las montañas,
desatando la locura por una sangre inocente,
y con las hachas afiladas, descargó su furia,
sobre los inocentes cuerpos del amor y el dolor,
salpicando de rosas rojas los lirios del jardín,
después, horrorizado, vio la vieja maroma
que colgó de una rama del viejo roble,
… aún hoy, nadie sabe quien clavó las tres cruces
en aquel bello jardín.
Angel L. Alonso
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