Ella pensó que estaba sola en el mundo
que se habían esfumado sus ilusiones que
ya era un desierto su vida en la nostalgia
y que nadie podría secar más sus lágrimas.
Ella miraba todas las noches a la luna
como cambiaba las caras de los reflejos
y a través de los cristales de su ventana
casi abierta entraba un aire congelado.
Ella se había acostumbrado a la ausencia
al silencio cruel del olvido o los recuerdos,
ella era una flor casi marchita por el tiempo
hasta que la gota del amor roció su cuerpo.
Entonces sus pétalos uno a uno volvieron a crecer y a desprender su perfume de mujer.
Miguel D. Gómez -Argentina-
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