Olvidando horribles congojas de niña, su vida sin luces de sal,
entre el odio y perdón le duelen traiciones, falsas promesas.
Rechinar de burlas amordazaron sus súplicas, ultraje maldito.
Desconfianza de todo, insensibles sus pieles del alma.
Empapada de lágrimas, sin parar le cae la lluvia inclemente,
su mirada paralizaba el tiempo, rompía los mismos cielos.
Rosas rojas morían desangradas en su piel lacerada de marcas.
A rostros de origamis entregó retazos de besos, hilos de hiel.
Sin comprender si era nacer o morir en el osado intento,
arrancó las agujas del gastado tiempo viajero…
sentir el amor, el palpitar de sus carnes y toda su alma,
respirar esencias de bosques, agotarlo todo, vivirlo todo.
Sepultó el cielo sin estrellas, la luna apagada sin sueños,
despreció con furia a la agazapada muerte reseca,
sin amar en los polvorientos caminos, caminaba ligero,
chaperones prestados, sutiles apariencias sociales.
Emplumada en oraciones adoraba a su hija, linda flor de cayena,
su corazón cristalino… quería sentir el amor de verdad, de verdad.
Se reconoció en su fe, no tenía tiempo que perder, ni que llorar,
se encontró a sí misma y amó con todo su corazón, sin medida.
¡Un poeta mirando horizontes, marchitas flores, encanece esperando!
Álvaro Álvarez Rojas (aprendiz de poeta) -Colombia-
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