Joseph Roth pertenece a esa y perenne galería de escritores entre la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Con Fresa juega la ficción entre personajes y realidad histórica, la nostalgia.
La editorial Acantilado puede presumir sin necesidad de elogios gratuitos, ser la editora en español de la obra del siempre deslumbrante narrador Joseph Roth (Brody 1894- Paris 199), autor cuyo descubrimiento se lo debo a mi mujer, cuando a principios de los años sesenta allá por la patria chica de Goethe, fue mi primera lectura en alemán –con diccionario al lado- de su novela Hotel Saboy, una de las más populares de su importante cosecha. Ha llovido durante todos estos años en los que he seguido, siempre entusiasmado, la lectura y relectura de este escritor judío de Galtsia, exiliado ante el engorde fanático del nacionalsocialismo, por lo que sintió obligado a huir, mientras advertía con sus crónicas sobre el barbarismo que se venía encima. Por lo que se decidió trasladarse a Paris como nómada cargado de nostalgia, manantial de su tierna y jugosa literatura. No recuerdo si con aguacero como César Vallejo, lo cierto y triste es que falleció víctima del alcohol y el desencanto saboreado en demasía a los cuarenta y cinco años.
Su actualidad como escritor nos llega de nuevo al editar Acantilado una narración breve con el título de Fresa. Borradores inconclusos de ese tipo que suelen quedarse en el cajón de la mesa de escritores fallecidos siempre los miro con recelo, pues lo mismo puede ser un rico hallazgo, que modesta escritura que la editorial de turno edita con cálculos meramente comerciales. En el caso de Roth, posiblemente encontrado entre el ligero equipaje de su maleta, de hotel en hotel de calle en calle por aquel Paris de sus desencantos y recuerdos de personajes y paisajes inolvidables. Y aunque soy de estos que duda siempre de estas hallazgos pasados los años que las editoriales, pensando más en su venta que en la calidad de su contenido suelen publicar. Pues bien nos recuerda el autor de La marcha Radetzky, esa gran novela convertida en un clásico de la literatura universal: “Yo no escribo lo que se llaman comentarios ingeniosos. Yo dibujo las facciones (irregulares) de la época… Soy un periodista, no un reportero, soy un escritor, no un fabricante de editoriales”.
Sin embargo con mi siempre leído Joseph Roth me ha faltado tiempo para tener abierto este manuscrito de texto breve e inconcluso de Fresa dulce recuerdo, tiernos, entre la magia del bosque cogiendo fresas, pandilla alegre desde Paris recordada – pasión de lector fiel- siempre atento frente a la banalidad de gato por liebre. En Fresa la transparencia de estilo está patente, los personajes hablan y sienten como en sus mejores novelas, su prosa recordando a Brody su ciudad natal allá en Galitzia, Austria-Hungría, donde Roth nació en 1894, pequeña ciudad rodeada de campos de lúpulo, donde acudían los compradores todos los años. Y nos cuenta nuestro autor que en aquella zona: “Vivían unas diez mil personas. De ellas, tres mil estaban locas, aunque no suponían ningún peligro público. Una suave demencia las envolvía como una nube dorada”
Joseph Roth pertenece a esa estimada y perenne galería de escritores que viene abriéndose paso ferozmente, advirtiendo la barbarie, el terror imponiendo un nuevo orden político de dudosa moral fascista. Augurios expuestos en sus acrónicas publicadas como como severos y fundamentados avisos de la gran tragedia. Todo se fue desgranando, todo, menos su obra.
FRANCISCO VÉLEZ NIETO
Publicado en Luz Cultural
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