martes, 2 de enero de 2018

MARÍA


Ella es fugaz
como un destello
sobre la cresta de una ola,
como ese segundo en que,
justo en la aurora,
el sol la toca.
Su rostro, un infinito firmamento
con dos lunas nuevas,
dónde la noche se hizo día
raptando sus ojos.
A la soledad enamora,
desparramando su alma
en palabras
que su mente atesora.
Dejó su corazón bajo unas flores
ante una multitud de cuerpos sin alma.
Ella tiene mil nombres
que bautizan mis sueños,
pero sólo uno turba mis pensamientos.
Espera en el andén,
espera sola,
a un tren que no llega,
se acuna abrazando sus piernas
y piensa en volar mientras espera.
Todos sus relojes se pararon
esperando un leve parpadeo
que indique el principio de otro tiempo,
mientras tanto,
perdida en sí misma,
busca a cada momento
como escapar de este hastío que la ahoga.
Desearía vivir en sus sueños,
dónde sabe que puede ser libre
para sentir cada momento.
De los mil nombres que cada día invento,
dime cual es el tuyo,
te guardaré el secreto.
Hubo un silencio,
como siempre habrá en nuestros encuentros,
María, me dijo,
nada más de momento.

José Manuel Barello

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