Nos citamos a las cinco de la tarde para hablar de historias de años.
Cuando nos conocimos, yo tenía 17; él, mi edad actual.
Nos sentamos y nos saludamos con un beso en la mejilla, aunque por sus viajes europeos fueron más de dos.
Hablamos del futuro, de cosas que no existen ni son futuro porque solo vivimos en el presente.
El tiempo es el presente.
Una sonrisa torcida inició con el tema del ayer.
En sus ojos miré la pena por su partida, por su viaje, por su promesa, por su amor apenado por decir adiós.
Y yo solo quedé con la pena.
Al pasar los años supe sobrellevarla.
Conocí el amor en otras fronteras, pero tenían un sabor distinto.
Él se convirtió en un nuevo rico. Quería comerse el mundo solo.
Ahora ha vuelto, me habla como sin nada, me saluda y me trae regalos.
Yo no los quiero.
Lo saludo y charlamos sobre de la vida en España y sus alrededores.
Yo lo sigo con mis clases del Siglo de Oro.
Me cuenta de su nueva novia española.
El dinero cambia todo.
Él prefirió coger producto extranjero.
Yo sigo buscando aquello que me falta, aquello tan anhelado que se fue.
Todas estas imágenes inundaron mi mente cuando tomamos asiento luego de saludarnos con un beso salado en la mejilla.
Un beso inmigrante, kilométrico, frío y olvidado.
PAULINA GARCÍA
Publicado en Ágora 15
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