domingo, 27 de noviembre de 2016

EL ARTISTA


El gigante de piel violácea, de treinta metros de altura, se concentra en la realización de su obra pictórica. Ha seleccionado una superficie áspera para adherir sus piezas.
Recrea el lado izquierdo de un rostro humano femenino. Con unas pinzas selecciona los pequeños componentes, clasificados por colores, para crear zonas de sombras en contraste con otras de
claridad. Con un lente de aumento, aprecia los detalles de la anatomía facial humana. La cara de la mujer que le sirve de modelo luce espantada. Necesita un poco de calma en ese rostro diminuto. Asperja aroma de nalasa, perfume capaz de apaciguar cualquier miedo. Tras unos instantes, ni la boca ni los ojos muestran muecas de espanto. Le toma varias horas reproducir la imagen. Las piezas sobre la superficie áspera se mueven, aunque de manera casi imperceptible. Ahora coloca dos fragmentos para crear el efecto de un destello en el ojo de su obra maestra.
Con el lente echa un gran vistazo de revisión.
Esas dos piezas, una pareja de hombres albinos desnudos, le dan el toque final a su mosaico. Los ojos de los otros seres humanos, blancos, bronceados, negros y amarillos, adheridos a la superficie rugosa se mueven como si desearan escaparse de las cuencas. Los dedos, similares a cilios, no paran de moverse. Unos brochazos de barniz fijante calman los ánimos y los gritos provenientes de las personas desvestidas, ya piezas inertes del primer mosaico de cuerpos humanos, para llevar al artista a las sendas de la inmortalidad.

José Rabelo (Puerto Rico)
Publicado en la revista digital Minatura 152

No hay comentarios:

Publicar un comentario