Ellas son ellas y viven en la calle. Las he visto. Peregrinas,
dueñas del pavimento, el tiempo, su abandono y...
Siete horas después volvió a tejer bufandas
para cada paloma de la plaza. Las llevaban volando
por el pico. Las llevó disfrazadas o arropadas.
Las bufandas de él, quien ese día,
no regresó a dejarle la mañana.
Palomas desveladas en la plaza. En la panza del parque
y en la calle, se llevaron su sueño. Y caminaba,
acaso sorda o ciega, acaso triste. Tejiendo el tiempo
para más bufandas.
Las bufandas de él, las que ese día,
no regresó a dejar por la mañana.
Derecho y al revés de su agonía, hiló Fernanda el tiro
de chimeneas por aves, y emplumadas… se le fueron,
reuniendo los recuerdos:
Bufandas para Juan, que hacía del día,
un regreso a besar en la mañana.
Siete horas después y ya el camino, del pasillo a la banca
y lo vivido, profundamente a oscuras. La mañana
un capricho de otro, que alacena, estibó los recuerdos...
Bufandas del deseo, que extinguido,
tiñe trazos ausentes, de mañana.
Livia Díaz (México)
Publicado en Los puños de la paloma
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