Ya está, otra vez, el viejo zapatero,
sobre la rama despuntada del seto del ciprés.
A mediodía, orientado al oeste, con sus alas desplegadas.
Y aparece solo, porque los zapateros jóvenes ya partieron.
No sé hacia dónde. Él tampoco.
Da un pequeño giro en el aire,
y vuelve a posarse en la cima de hace un instante,
demostrando que un día fue joven.
Pero sólo intenta engañarme,
acabo de recogerle de la superficie de la fuente de piedra
con sus alas empapadas y la cabeza sumergida…
Sin dejar de sonreír. Siempre sonriente.
Nunca he visto dignidad semejante en alguien que se está ahogando.
Sobre mi mano, rescatado, agita sus alas mojadas
antes de terminar de sacudirse contra la hierba.
Y al día siguiente, ahí está, ahí vuelve a aparecer.
A mediodía, al oeste, con las alas extendidas
sobre la rama despuntada del ciprés.
En su lucha contra el mundo, el viejo zapatero…
Ha decidido no ponerse de parte del mundo.
Ha preferido, primero, reírse de sí mismo
y, luego, reírse del mundo.
El viejo zapatero… para algo se ha hecho viejo.
Desplacio (San Juan de Aznalfarache)
Publicado en la revista Aldaba 25
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