Aplauso es el incienso dedicado
a la deidad del hombre presumido.
Y aunque hubo altar al dios desconocido,
el hombre marginal no es aclamado.
Ya en el podio, el proscenio o el estrado,
presentará cariz sobrecogido;
es la falsa humildad del engreído,
que lo merece todo y lo ha logrado.
Aspira cada ingrávida voluta
del incienso ofrecido, y lo disfruta
bajo asumida condición divina.
Al estallar la plebe en vitoreo
y acoger el Olimpo al corifeo,
el nuevo mito en esplendor camina.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -In memoriam-
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