Te recorro en silencio, casi sin parpadear,
me entrego a la sombra de tu cuerpo desnudo;
me despojo de todos mis prejuicios,
los tiro bien lejos con la clara intención de olvidarlos
cuando por la mañana me vaya masticando sueños.
Y te busco,
desesperadamente te busco,
con la punta de mis dedos,
con la yema de mi lengua;
con mis ojos que repentinamente
se enamoraron de los tuyos…
Y te recorro, milimétricamente,
con la sed del conquistador,
con la fe del peregrino,
y cuando creo que ya todo está perdido
encuentro tu nombre y apellido
en el final de mi boca,
entre delicadas notas
de flores y roble.
Te encuentro justo allí,
donde los buenos vinos
se gozan.
Leandro Murciego
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