lunes, 15 de marzo de 2021

NUESTRAS MUJERES Y LA CUESTION FEMINISTA

 

(Artículo de 1917)

     ¿Pero, es verdad que las mujeres de Puerto Rico también se aprestan a entrar en la línea de fuego? Yo casi no lo creo, de bien que me parece. ¿Quién iba a creer que a este molusco de Puerto Rico le iban a entrar también ganas de andar? Pero hay que creerlo y celebrarlo, en vista del vuelo que la propaganda feminista va tomando.

     Adelante, amigas. Hay que pedirles urgentemente el voto a los partidos, y al partido que se niegue, leña con él.

     Leña con él a todas horas y en todas partes, y leña contra toda obstrucción política o social que ataje el paso hacia adelante.

     --Pero ¿vais a dejar de ser ángeles y a perder vuestro hechizo?-- oigo que os dicen.

     --¿Y qué?-- oigo que replicáis. ¿Y qué? No es a ser ángeles que hemos venido al mundo. Para ser ángeles nos faltan, o nos sobran, mil cosas. Y para ser ángeles de mentirijillas, vale más ser demonios de verdad. Además, somos mujeres, y sólo eso podemos o queremos ser. ¿No están ustedes contentos y orgullosos de ser sólo hombres? ¡Pues también nosotras empezamos a sentirnos contentas y orgullosas de ser sólo mujeres!

     --Bueno; pero... ¿y el hogar? ¿y la familia? ¿y la pureza inmaculada del nombre de esposa, de madre, de hija?

     --¿Cómo? ¿Pero todas esas cosas no tienen por base fundamental el monopolio, por ustedes, de nuestra libertad individual? Si no la tienen, ¿a qué alarmarse de nuestra emancipación? Y si la tienen, si para que subsistan es necesario que sigamos esclavas, entonces que se hundan pronto, cuanto más pronto mejor. Que de ustedes mismos hemos aprendido que aquello que se compra a precio tan caro como la pérdida de la propia libertad, no debe ni siquiera mencionarse en el número de las aspiraciones humanas. Toda merma en la libertad personal es esclavitud, y toda esclavitud es degradación, no importa el nombre bonito con que se la encubra.

     --Pero es que la mujer, dentro de su círculo doméstico, tiene toda la libertad que necesita para su augusto papel de guardiana del hogar...

     --La libertad no admite eso de círculos. El perro suelto dentro de un patio o la gallina en libertad dentro de un corral son casos de esclavitud tan flagrantes y dolorosos como el perro amarrado a un poste o la gallina metida en un saco. Son diversos grados, distintos aspectos de la misma cosa horrenda, mil veces maldita, que se llama esclavitud.

     --Bueno; pero es que las queremos a ustedes por su bien, alejadas de las encarnizadas y hasta feroces luchas masculinas.

     --¿Y quién le mete a usted, señor, y quién les mete a ustedes los hombres a decidir y a escoger normas de vida por y para nosotras? Si ésto nos conviene y aquéllo no nos conviene, es a nosotras, nada más que a nosotras, a quienes corresponde la tarea de resolverlo. ¿Nos dejan ustedes intervenir en la decisión de lo que más les conviene a ustedes? No. Pues entonces, ¿a santo de qué pretenden hacer de nosotras ésto o aquéllo sin nuestra voluntad?

     --¡Oh! Pero es que no se trata de violentar la voluntad de nadie...

     --¡Oh! ¿Y cómo sin el voto, única expresión de la voluntad colectiva que ha encontrado la democracia, puede saberse cuál es nuestra voluntad?

     --Pero, venga usted acá, amiga mía, y no se sulfure, y convenga conmigo en que para el ejercicio del voto se requiere cierto grado de preparación que no tienen ustedes todavía, y sería, pues, un peligro muy grande...

     --Sí, sí. Ya lo sé. Es el argumento clásico de los amos. Falta de preparación... ¿Y qué es esa decantada preparación sino el hábito, la práctica del mismo derecho que nos niegan? ¿Cómo se puede adquirir la tal preparación sin el hábito, y el hábito sin la iniciación en el ejercicio del voto que solicitamos? --Dame mi libertad gime el esclavo. --No te la doy, replica el amo, porque no estás preparado para ejercitarla. Y el esclavo baja la cabeza, y el amo sigue tan campante, porque demasiado sabe él que el pobre esclavo nunca estará preparado, esto es, ejercitado en la práctica de su libertad, mientras no la tenga, y como a él no le conviene dársela, el esclavo no se ejercitará en ella nunca y morirá, por supuesto, sin llegarse a preparar jamás. Donosa ocurrencia la de la preparación: «No te doy la libertad, porque no la mereces, porque no la has practicado nunca, y no la has practicado nunca, porque no la has tenido, y no la has tenido, porque no te la he dado, y no te la he dado, porque no la mereces, y no la mereces..., etcétera, etcétera, hasta la eternidad. ¿Hay ejemplo de círculo vicioso más monumental?

     Economizando inútiles palabras, ¿no valdría lo mismo decir: «no te doy la libertad, porque no la mereces, y no la mereces porque no te la doy»? ¿Y no se podría aún abreviar más el círculo diciendo: «no te doy la libertad, porque no te la doy»?

     --Bien, sí, convengo en lo del sofisma de la preparación. Pero... ¿y la poesía? ¿y la tradición? ¿y el culto caballeresco a la mujer, profesado sin interrupción durante siglos y siglos, precisamente por ella ser débil, y como débil, mansa, y como mansa, dulce, y como ajena a las luchas humanas, pura, y como pura, cándida, y por cándida, casta, y por casta y por cándida, y por mansa y por dulce, ¡adorable y feliz...!

     --No siga usted, por Dios, no siga usted. Todo se lo he tolerado en el terreno de la discusión, pero esto último es demasiado ya y no se lo tolero. Hacer dimanar la poesía de la mujer, la belleza física y moral de la mujer, de su debilidad (raíz de su mansedumbre) y de su ignorancia (raíz de su candidez); tener por único ideal de mujer la odalisca forzada a caricia perpetua, el dócil y bonito animalito, conservado y cuidado con esmero sólo porque es artículo de lujo que se compró a buen precio en la feria o va a llevarse a la feria; confesarse todavía abogado de la embustera y envilecedora tradición romántica que hace de la mujer un juguete, un instrumento para el recreo del hombre, un bizcocho para la boca saciada del aburrido señor que la sustenta; darse aires de caballero andante para conservar, para perpetuar la monstruosa tradición social que hace de la mujer la resignada e inconsciente señorita de antaño, con el matrimonio por único refugio e ideal, con el nefando resultado inevitable de que, por cada mil de estas señoritas que se casan mal o bien (más frecuentemente mal que bien), hay dos mil y tres mil y cuatro mil (cada día más y más) que no se casan, y que, o se sustraen sacrílegamente a los reclamos de la vida, y se atrofian y se apagan en la lenta e inhumana tortura inquisitorial de un celibato lúgubre y suicida, o se lanzan temerarias al arroyo, para quedar por siempre selladas de oprobio, execradas, envilecidas, perseguidas y martirizadas sin tregua y sin piedad... ¡Oh! no le tolero a usted ni una palabra más. Farsante o ciego, no tengo nada que esperar de usted. Déjeme usted pasar, que el tiempo vuela, y la tarea es urgente, y hay en mi sangre llamaradas de impaciencia, de coraje y de fe.

Publicado en el blog nemesiorcanales

Compartido por Osvaldo Rivera



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