lunes, 10 de agosto de 2020

CUATRO PERROS Y DOS MALETAS

    La noche se cerraba ante mis ojos como se cierran todas las etapas de la vida, indefectiblemente. Me quedaba muy poco tiempo para resolver el traslado de mis mascotas al aeropuerto, y en mi haber ya contaba con un intento fallido. Ana – mi enemiga pública y declarada− había olvidado su promesa de llevarnos. Abrí la cartera y conté el dinero que disponía, no era mucho, sin embargo para hacer lo que tenía que haber hecho desde un principio sobraba. El problema suscitaba: – ¿Quién se atrevería a llevarnos?−  Vivíamos en un pueblo perdido  de  Sierra Morena, donde hacia unos pocos meses me había mudado, no tenía confianza con los lugareños  excepto con mi ex amiga Ana y su familia. Después de poder digerir la mala noticia, salí al jardín y me puse a mirar las estrellas suplicando alguna  respuesta que cayera de los cielos. A nuestro alrededor no se divisaban personas ni a un kilómetro con binoculares −hubiese jurado por todos mis ancestros que todas las personas habían sido abducidas−  aunque lo mejor era no decir nada,  sino quería llegar pronto al manicomio antes que al aeropuerto de Sevilla. Busque en el Google traslados de mascotas. Sara, Pepe, Candela y Jabulani percibían que algo no estaba muy bien y echaditos en sus cojines me miraban de reojo, toda la noche estuve dejando mensajes a una y otra compañía. Al amanecer donde mis ojos vieron las primera luces del alba, comprobé el correo −nada− ninguna reseña alentadora, el silencio era terrorífico como si fuéramos los únicos habitantes del planeta. En el aire se respiraba densidad,  pero sentía ser la única capaz de percibirlo. Los pájaros cantaban, las ovejas de los vecinos tenían hambre y las vacas seguían inmutables del otro lado del arroyito como si estuvieran pintadas en cartón piedra camuflándose  en ese paisaje colorido de vida que me ofrecía la vista desde la puerta principal de la casa. Camine unos dos kilómetros en búsqueda de ayuda, preguntando a las pocas personas que me fui cruzando por el camino y nadie sabía nada, nadie quería comprometer su tiempo en socorrer a una loca que portaba cuatro perros y dos maletas. Pase por un escaparate y estaban trasmitiendo en diferido el clásico Betis-Sevilla,  me detuve unos segundos  para encender un cigarrillo sin poder lograrlo, las chispas saltaban y saltaban intentando coger el papel humedecido ya por mis lágrimas. Pensé en las cosas paranormales que suceden y me dije: −¡Ya está! Fueron todos traspolados al Villamarin−. Regresé a casa y al entrar en el salón tropecé con las maletas que las tenía preparadas hacía dos semanas, echaba mucho de menos a mis padres, los meses de confinamiento fueron terribles para todos y más para aquellos que como nosotros nunca estuvimos separados por tanto tiempo. Los trasportines apilados y vacíos ahora me recordaban una escena patética de la película argentina “Esperando la carroza”. Resignada, desilusionada y cansada de toda mi mala suerte coloque el mapa de las Islas Baleares  boca abajo, no quería ni verlo. Valldemossa iba a quedar atrás junto a las viejas historias que me contaba mi abuela de Sissi. Sentí que todo estaba perdido, me encontré a oscuras, la esperanza se había esfumado y la luz de las soluciones se había apagado. El celular chilló, abrió su boca muda de palabras conscientes −Piensa en verde− era el eslogan de una propaganda que hizo luz en una mente negra − reí− ¡Qué ironía! Acto seguido entró esa llamada de teléfono.  

 −¿¡Armando!?− Exclame y pregunte al mismo tiempo, mientras la voz del otro lado me lo confirmaba. 

 −¡Sí, tía soy yo!− Me contó Ana lo que paso –¿A qué hora tienes que en el aeropuerto?

 −A las cuatro−

 −¡Te llevo! – 

No podía creerlo.

 −¿Con qué me llevas?− 

Inocentemente,  Armando dijo: 

 −Con el auto… −¿Con qué va ser?−

…¿Y para qué seguir contando las peripecias de esa tarde?…

Solo con imaginarlo tendrán suficiente. El Ford Fiesta bordó modelo −prehistórico−  a las cuatro de la tarde  aparcó con todo el desparpajo frente a la entrada del aeropuerto de Sevilla. 

   Ana, llamo para disculparse días posteriores y al contarle los detalles de este audaz Kamikaze viaje, estalló en una carcajada −reímos juntas− ¡¿Qué manera de comenzar las vacaciones?! …Y lo mejor…Lo mejor está por venir, al fondo escuche la voz de Armando que le preguntaba por mí y por los perros. − ¡¿Quién imaginaría que la mejor aventura en mi vida, la risa  y el amor comenzaron con unas lágrimas?!  Miré las islas… Mallorca estaba tan bonita. Candela, Jabulani, Sara y Pepe corrían en el jardín de la casa de mis padres, las dos maletas en mi alcoba, ahora esperaban con entusiasmo el regreso a la sierra. La música de las olas del mediterráneo sonaba distinta. 

Jose Carlos Arellano Ramos y Victoria Elizabeth Nowak

No hay comentarios:

Publicar un comentario