(Fragmento del artículo de 1915 Me Dijo y le Dije [II])
Me dijo:--Estoy harto ya de la guerra europea. No se habla de otra cosa hace ya meses y esto no hay quien lo aguante.
Le dije:--Yo creo todo lo contrario que usted. Creo que todo lo que se habla de la guerra, es poco. En realidad, no deberíamos hacer otra cosa que hablar de la guerra.
Me dijo:--Pues yo me pondría en el pecho la medallita que puso en boga un comerciante de Madrid, y que decía: "No me hable usted de la guerra."
Le dije:--Eso de la medallita es una gran necedad. Precisamente, si por algo me alegro de vivir en este tiempo es por haber podido asistir al desarrollo de este acontecimiento de la guerra, que es el más grande que hombre alguno ha podido presenciar.
Me dijo:--Pues amigo, con franqueza, no lo creía tan tonto. ¡Miren que enamorarse de una guerra bárbara y feroz que no significa sino el desastre, el desmoronamiento definitivo de la civilización europea!
Le dije:--Sí; no ha habido jamás mujer alguna que me haya inspirado un amor tan grande como el que me está inspirando la guerra. Figúrese usted: yo me hubiera ido para el otro mundo pensando que el hombre era la menos interesante de las bestias, si no hubiera venido esta guerra a sacarme de mi error, probándome que efectivamente hay algo en el hombre. ¡Bendita sea, pues, ésta, la más grande y también la más noble y más bella de las guerras!
Me dijo:--No le quiero hacer la injuria de suponerle tan loco que diga eso en serio. Le declaro sencillamente guasón, y me río.
Le dije:--Hace usted bien. Su papel y el papel de sus iguales en el mundo, no es otro que ese: tomar en guasa lo que no comprenden, que es casi todo: ríase, pues.
Me dijo:--Pero criatura, venga usted acá. ¿Es posible que esté usted tan ciego que no se dé cuenta de que esta guerra no significa otra cosa que el triunfo de la barbarie sobre la civilización?
Le dije:--Dígalo usted al revés. Diga el triunfo de la civilización sobre la barbarie, y estaremos de acuerdo. Pero no, no lo diga, porque no bien estemos de acuerdo, me parecerá que estoy equivocado, y me afligiré mucho, y hasta me enfermaré.
Me dijo:--Pero, vamos a ver, ¿en qué se funda usted para sostener tal disparate?
Le dije:--Pues lo va usted a ver. Dejando muchas cosas en el tintero, porque no le quiero abrumar, le diré que para mí la paz es lo bárbaro, lo cruel, lo inhumano, y la guerra es la civilización. Me refiero a la paz actual y a la guerra actual. Vivir en paz sobre un montón de alimañas tan feroces y de inmundicias tan odiosas como las que constituyen la base de la sociedad actual; vivir en paz con tanta mentira; con tanta hipocresía como la que forma el alma del sistema social bajo el cual vivimos, sería sencillamente el más degradante de los salvajismos. Nuestra única esperanza está en la guerra, y por eso me parece salvadora y santa la que ahora está ardiendo. Sin ir más lejos, ese salto brusco que la guerra le ha hecho dar al hombre de hoy, desde su pupitre de comerciante (porque el hombre típico de esta civilización es el comerciante), al campo de batalla, desde su libro de cuentas a la trágica vecindad de un fusil, de un cañón o de un torpedo, es un salto épico y regenerador. ¿No cree usted que es bueno que a la sórdida tienda u oficina, grande o chica, donde acumulábamos dinero y más dinero con el único fin de tener el estúpido gusto de reventar después sobre un montón de oro, haya sucedido por virtud de la guerra la tienda de campaña en mitad de un campo, y en esta tienda el silvar de las balas y el rugir del cañón, recordándonos perennemente que la vida no es algo muy duro, redondo y pesado como un queso de bola, sino que es ligera y tenue como un soplo y que puede perderse de un momento a otro? ¿Cree usted que ese brusco salto de comerciante a hombre no le ha de hacer bien al mundo de hoy? ¿Cree usted que el mundo no gana nada con el mero hecho de que hombres que ayer, simplemente por estar cerca de una caja, valían un millón, dos o veinte millones, estén hoy, ante la boca de un cañón valiendo sencillamente uno, lo mismo que su dependiente y que su cocinero?
Me dijo:--Sí; hemos dejado el robo metodizado del comercio para hacernos asesinos al por mayor. ¡Vaya un progreso!
Le dije:--Pues sí, señor. Es mejor, es menos degradante vivir matando al prójimo que vivir robándole. Es más triste la miseria de un hombre que la muerte de cuatro hombres.
Publicado en el blog nemesiorcanales
Compartido por Osvaldo Rivera
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