Anoche tuve una revelación más de las que continuamente me entrega la literatura. Ésta vino
desde la obra de Juan José Arreola, cuando dice: “Una última confesión melancólica. No he tenido
tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el
lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el
espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo
rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los
jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido realizar.
Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo
gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente”.
Mientras leía este fragmento al inicio de “Confabulario”, terminé terriblemente conmovido.
Casi en las lágrimas. Tuve que disculparme con los asistentes al Taller de Creación Literaria del
IRBAM. No se por qué la literatura para mí tiene ese efecto. El amor al lenguaje. El respeto por
aquellos que son los creadores de mundos, de espacios vitales.
Como no amar a Mary Shelley, a Elena Garro, a Delmira Agustini, a Alfonsina Storni, a Juana
de Ibarbourou: rosas, rosas, rosas, a mis dedos crecen. A la tremenda Doris Lessing. Como no amar
a Harry Haller, a Hans Castorp, a Peter Pan, a Bastian, a Atreyu. Como no tener miedo a Drácula, o
a la migala, al colombre, al Dr Jekyll y a Mr Hyde, al mismísimo Raskólnikov que por probar sus
teorías es capaz de volverse un criminal. Como no alucinarse con la Señorita Cora, con Remedios La
Bella, o enloquecer con Holly Golightly. Sorprenderse de los recuerdos de Funes. Condolerse de la
inocencia erótica de Lolita, o con la Lulú de Almudena, o quizá con la Fanny Hill magistralmente
escrita por John Cleland, con la Manon Lescaut.
Los personajes todos que se nos meten hasta los huesos. Y lo que es peor, flotar con los versos
de Piedra de Sol. Embeberse en el dolor que se siente dentro de las letras de Parad los relojes.
Pensar el tiempo, en la nostalgia, al leer a Santos Chocano, Nicanor Parra, Fabián Casas. Reflexionar
en la obra de Balam Rodrigo, los poemas de Avelino Gómez Guzmán.
Perder la cabeza en las obras de Henry Miller, en los diarios de Anaïs Nin, la obra de Pedro
Juan Gutiérrez, los gritos de William S. Burroughs en esas correrías por las ciudades hasta llegar a
los gritos y aullidos de Ginsberg. Recorrer el paisaje y la intimidad desde Whitman, desenvolverse
en aquel Poeta en Nueva York de Federico García Lorca. Y cuánto tiempo más, cuánto espacio más
para las obras de ficción: Singer, Borges, Kafka, Quiroga.
Pienso en todos ellos todo el tiempo. Los llevo conmigo como llevo las historias bíblicas o llevo
el Corán acá en mis brazos, acá en mis ojos, acá en la mente, acá en el cuerpo. Y esos mundos, en
esos universos en los que continuamente vuelo, pervivo, no me siento solo, ni me aíslo. Al contrario.
Los espero a todos ustedes, queridos lectores, para compartirles este mi egoísmo literario. Este
placer por la letra, por las historias y los cantos, por los versos y los ritmos, por todas aquellas
imágenes que ahora son parte de mi vida.
Este es mi castillo y mi foso, esta es mi cárcel y mi amplitud de espacio, mi selva, mi cascada,
mi amor y mi todo. Este es mi dios, este es el lenguaje al que me rindo. Esta es mi fortaleza, lo que
me impulsa y me hace querer ser vivo. Querer leerlo todo. Conocerme y conocerte a ti, a ti que me
lees, a ti que lees a mi lado, a ti que lees conmigo. Por ti escribo, por mi escribo, escribo para el
mundo, porque soy del mundo, soy el lenguaje en el que todos aquellos que me precedieron
seguirán sobreviviendo eternamente.
Adán Echeverría.
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