Me asusté cuando, al mirarme al espejo, mi cara sonó a viejo. Parpadeé ante el retumbo de mi frente cada vez con menos cabellos. Entristecí al ver el eco de mis ojos, de los que solo ha rejuvenecido el familiar asombro de mi tristeza. Toleré el pasmo de escuchar la negrura de mis cejas, temblé ante la rugosa canción de mis canas, y me deprimí cuando bebí el color nostalgia de mi boca, la cual tiene en los bordes nuevas arrugas que delatan mi angustia. Sufrí el enmarañado fulgor de mi barba, y sostuve con inseguridad el entrecano sonido de mi cuerpo desnudo. Ahora cuando me veo al espejo salen los chirridos de un alma que tal vez envejece más de prisa afuera que dentro del espejo. Y ya no me atrevo a preguntar qué quiere la vejez…
Victor Diaz Goris
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