domingo, 3 de febrero de 2019

INDIGENTE / CATACLISMO


INDIGENTE

A través de la distancia, bajo la sombra de la tarde,
recostado en el dintel del olvido, mordiendo el polvo,
la nada… todo y nada.
Cayendo lentamente como brújula herida,
pude divisar su débil y fatigado cuerpo.
Cartones, basura y un perro muerto.
Triste y lejana figura del indigente.
Polvo de la nada, olvido y silencio.

Hurgando la caneca, postrado,
asimilando su mustio dolor o su desgracia,
busca entre rebujo, óxido y papel de piedra
lo que llevará a su boca, lo que será su alimento.
Sobrellevando su dolor y su tormento,
arrastra sus pies cansados.
Como si dejara el mundo y su existencia,
se recuesta contra el suelo
y solo deja escapar una exhalación,
un grito reprimido,
la degradación del hombre,
su futuro incierto

Calabozo de la noche, triste cadalso,
lúgubre luz de las resignaciones y la apariencia.
Del insomnio la vela que pierde su luz o la esperanza.
Rendija encubierta con llanto, con el dolor de vivir y
soportar la soledad como medida de salvación.
Los ojos devoran los ojos y la lengua como espada crucifica,
te mutila sin ir más allá de tu dolor;
igual al péndulo que gira interminable,
que avizora el mañana, un nuevo amanecer,
más sobrio y sombrío que el hoy.

Te vistes de miseria a la espera de una mano amiga,
pero el desprecio crece,
se agiganta como un agujero que se traga la vida, tu vida.
Mordaza que apuntala el mástil del hambre y la soledad.
La vertiente serpentea día a día, noche tras noche,
y se tuerce en una cruda enramada de misterio,
¿dónde y cuándo llegara tu fin?

Presagio de un viento otoñal que no pudiste disfrutar
porque siendo un niño fuiste lanzado a la calle
sin conocer el pecho materno o el abrazo de un padre.
A través de la distancia, bajo la sombra de la tarde,
recostado en el dintel del olvido, tu vida llega al final.
Ha llegado la muerte y una dulce sonrisa cruza tu rostro
porque llegó la hora del último viaje,
de dejar la última huella de tu estirpe sobre la tierra.

CATACLISMO

Avizorando el tiempo como la caja de Pandora,
resguardando la expiración bajo el amparo del silencio,
navego en tu piel, urdiembre de mi sed, avatar de mis deseos.
De aquel augurio casi místico y soterrado
que emerge paulatinamente hasta llegar a mi boca,
he presentido la desventura.
¡Cataclismo!
Grita el viento abriendo sus manos en círculos concéntricos,
mientras mi sangre fermentada como lava
se estremece y hondea llena de deseo al sentir la punta de tu lengua
afilando el sendero donde cortarás en cruz mí pecho
para luego morir.

Quiero poseerte, tenerte más que en mi piel,
o en la bóveda de mis manos;
más allá de un simple acto de lujuria
(homilía ancestral de la profanación).
Eso sería poco o nada,
quiero poseerte
más que en el suave contacto de la piel con la piel,
Curtimbre de un sueño que se evapora
cuando voy descendiendo
y ascendiendo como la ola sobre la cresta del crepúsculo
que dormita en tu ser.

Quiero poseerte más allá del beso repentino, oscuro o lascivo.
Quiero formar un montículo, un oasis movedizo donde mis manos
hurguen tus senos, tus muslos;
derrumbar cada barrera,
el horizonte de tu pubis y bajo las sombras de tus caderas
izar la bandera colmada de gritos insaciables.
Tu boca en la mía traspasando las fronteras de lo indecible,
de la saliva que agiganta el deseo,
que desciende por la comisura de los labios caliente,
incitando al pecado, a la lujuria carismática de dos cuerpos entretejidos
en un pentagrama sin sonidos y voces concretas.

Gutural espejismo de mi piel haciendo arcadas de fuego
en tu pubis que se abre,
que se dilata como caracola marina…
Remembranza que traspasa la elipsis,
dejando escapar en cada quejido la vida;
trasmutando y volviendo a nacer
después de morir en espasmos sangrientos,
en orgasmos que dejan la piel en jirones,
en una sinfonía incompleta, anhelante de un renglón,
de una nota sagrada cual espino santificado.

Allá bajo, la piel que se esconde entre tus muslos como fruta salvaje,
como planta carnívora deja escapar aquella dulce y almizclada fragancia,
que incita mi espíritu a romper el dique,
a dejar mi barca para anclar en la tuya.
Y en un solo e imprescindible acto de amor y pasión,
morir y renacer eternamente sin que la luz opaque el brillo del candil,
que se encenderá de nuevo una mañana, una tarde,
en cualquier lugar tu piel y la mía.

Gildardo Gutiérrez Isaza -Colombia-
Publicado en Suplemento de Realidades y ficciones 80


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